LA HISTORIA DE TALLERES NOROESTE LA SEGUIMOS ESCRIBIENDO



Cuando todavía no habíamos terminado de recoger las esquirlas de los vidrios que estallaron después de la tormenta, vino a visitarnos Sergio Victor Herrera, tornero durante diez años en Talleres Bahía Blanca.

El motivo fue ver cómo seguíamos, después del frustrado encuentro del 16 de diciembre. Pero el encuentro en Ferrowhite abrio la posibilidad de conocer a través de su historia, cómo fueron los últimos años de actividad de los talleres hasta 1993, cómo fue el trabajo durante la gestión de los concesionarios FerroSur Roca hasta 1997; y cómo fue trabajar en Ferrobaires, en los Talleres Maldonado, entre 2003 y 2017.


 

miércoles, 29 de noviembre de 2023

SOPA DE MORELOS

Del 13 al 18 de noviembre se realizó el XI Congreso SOPA en las localidades de Cuernavaca, Tepoztlán y Tlayacapán, del estado mexicano de Morelos. En el 2022 habíamos participado por primera vez de esta experiencia en Santa Fe y este año quisimos repetir, especialmente cuando nos enteramos que la cocina tradicional iberoamericana era el eje temático de la edición.


Escuchamos distintas experiencias comunitarias y aprendimos sobre el proceso de patrimonializacion en contextos rurales de Colombia, Chile, México, Argentina y España. También participamos de un taller en construcción de artesanías en arcilla, caminamos por un campo de nopales y visitamos el sitio arqueológico de Xochicalco.


José, del proyecto Café nativo de Tepoztlán, nos contó sobre el proceso artesanal del café. Jesús, de los mitos alrededor de los tacos acorazados rellenos con arroz y guisados. Norma y Miguel Ángel nos convidaron el tradicional pan de muerto y atole, una bebida de origen prehispánico, viscosa y dulce, que se hace a base de una cocción del maíz en agua.


En Santa María de Ahuacatitlán, Felipa nos enseñó el criadero de truchas que cuida por tradición familiar y nos preparó una sopa de cuitlacoche, que es el hongo del maíz nativo. Alimento de la cultura ancestral mexicana y símbolo de la agricultura sostenible, las variedades del maíz están siendo fuertemente afectadas por el cultivo de transgénicos. De todo eso nos hablaron en la conferencia inaugural: "Maíces nativos, alimentación humana y agricultura sostenible".



Desde Ferrowhite, además de sumar un dulce de leche al cóctel de bienvenida, participamos en la sesión “Procesos comunitarios vinculados a la producción”. En la sede del Museo Universitario de Arte Indígena Contemporáneo de Cuernavaca, pudimos compartir Si falta la comida, torcida va la vida, que expresa las líneas de trabajo que este año se abrieron en el Prende en relación con las huertas y la red de comercio solidario. ¿Articulan con comunidades originarias del lugar donde viven?, ¿tiene un rol la escuela del barrio en estos proyectos?, ¿hay procesos de resistencia al monocultivo de la soja en Argentina? Las preguntas que devinieron nos muestran vetas para ampliar lo que hacemos, además de recordarnos la importancia de emprenderlos sin olvidar los contextos en los que se insertan.



Gracias a la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, el FITUR, la Sociedad para el Patrimonio Cultural, el IAM y La Underground Colectiva por ponerle tanta sazón a esta sopa.

martes, 28 de noviembre de 2023

SI FALTA LA COMIDA, TORCIDA VA LA VIDA

LO QUE NOS DEJÓ EL X SOPA
Entre septiembre y diciembre del 2022, con un grupo de vecinas, colaboradoras y participantes de los proyectos comunitarios del museo Ferrowhite, cursamos una capacitación en conservas dulces y saladas. Como actividad de cierre, visitamos las quintas de hortalizas de un grupo de productores locales, que están organizadxs en la Red ProSauChis (productores de Sauce Chico). 
Conocíamos la red a través de sus producciones de verduras que, desde hace casi tres años, se distribuyen en forma quincenal en el museo. Hasta entonces, la vinculación con ellxs había sido a través de compañerxs del INTA, el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria. 
Desde la llamada “periferia” urbana, en el barrio Boulevard de Ingeniero White, recorrimos 22 kilómetros hacia otra, más asociada con el imaginario de “lo rural”. Estas huertas están ubicadas en el último cordón periurbano de la ciudad, en una de las pocas zonas de quintas que quedan en Bahía Blanca, en el Sudoeste bonaerense. 



Esa tarde pudimos conversar con Antonio Arecco. De familia campesina, Antonio nos contó que de joven migró a la Argentina para dedicarse a la cosecha de la cebolla. Hace unos siete años, con el propósito de independendizarse, distribuye su trabajo y tierra entre la cebolla y verduras de estación: “así, si te fracasa una, te salvan las otras”.



Las visitantes del museo, “las huerteras del Prende” como solemos nombrarnos, encontrábamos algo propio en el relato de Antonio: armado de almácigos, repique y aporque, preparados caseros para las plagas, desmalezamiento, cosecha. Los principios de la agroecología, que pelean por “una agricultura familiar socialmente justa, económicamente viable y ecológicamente sostenible”, más allá de las particularidades de los territorios, nos reunían en algo común. 


Cuando sucedió este encuentro, hacía pocos días habíamos vuelto con mi compañera Analía del SOPA, que el año pasado se realizó en la Argentina. El SOPA nos amplió el mapa de las comunidades que, en una escala pequeña, practican formas sensibles de trabajar la tierra y la producción de los alimentos. El SOPA nos convidó modos justos y dignos de entender la vida en los territorios.


Con todo eso fresquito en el cuerpo, vivimos la experiencia de caminar entre plantaciones de lechugas, berenjenas y verdeos de la llamada "agricultura familiar". Pablo García del INTA nos dijo esa tarde: "es importante sostenerlo y para la comunidad, es una manera de sostener el alimento, o eso que a veces llamamos ‘soberanía alimentaria’, esa independencia de poder elegir qué comer y no depender de la verdura que viene de afuera.”


MUSEOS PARA LA VIDA
Muchas veces se nos actualiza la pregunta “¿cómo pasamos de un museo que investiga sobre las memorias de trabajadorxs del puerto, las usinas y el ferrocarril a nivel local a construir un invernadero, plantar un monte de frutales e integrar una red de economía solidaria?”
El museo en el que trabajo se llama Ferrowhite. Desde el año 2004, se dedica a abordar la historia del trabajo en el ferrocarril, las usinas y el puerto. Funciona en lo que se conoció como el Taller de Mantenimiento Regional de la ex usina General San Martín, un edificio con forma de castillo medieval, ubicado en una localidad portuaria de Argentina, que tiene como nombre Ingeniero White



Ferrowhite cuida una colección de alrededor de cinco mil objetos provenientes de talleres, almacenes y estaciones ferroviarias, recuperadas por trabajadores, "trabajadores altruistas”, como los define Cachito Mazzone. 



Pietro Morelli, Mario Mendiondo, Osvaldo Ceci, Hugo Llera, Manuel Montes y Pedro
Caballero, ferroviarios del galpón de locomotoras de Ingeniero White.

Cacho los define así porque, en el contexto de la privatización de la empresa nacional Ferrocarriles Argentinos, cuando el puerto transnacional reemplazó al estatal, salvaron de la chatarra llaves inglesas, tuercas y yunques, conformando un patrimonio material e inmaterial que, de otro modo, hubiese quedado en el olvido. Las historias que se intentan construir en Ferrowhite se apoyan fuertemente en las memorias y las experiencias de quienes trabajaron en esos sectores. 


COMUNIDAD PRENDE

Como la historia y la dinámica del museo está relacionada con la vida de las personas que lo habitan, los proyectos van cambiando. De un tiempo a esta parte, más precisamente, desde el 2015, las iniciativas gestadas en el taller Prende del museo, abrieron una línea de trabajo comunitario. El Prende funciona en el primer espacio que Ferrowhite recuperó del castillo después del desguace del año 2000. 




Como escribió Analía en el folleto de presentación del lugar, “le pusimos “Prende” porque tiene que ver con la energía. Ya no la de la electricidad que calderas y turbinas generaban, sino la energía que surge del encuentro y del hacer con otras personas”. Quienes lo habitan, ante la pregunta: "Para vos, ¿qué es el Prende?" Lo definieron como: 


“la gran casa”, “lugar mágico”, “una mezcolanza”

El espíritu es el de un taller, de uno o varios a la vez.

Un espacio de ideas, dudas, emociones y para probar lo que puede no salir tan bien.


Diversas tareas y personas diversas conviven en un mismo espacio.. 


Me siento parte por vivir en el barrio. 


Me siento parte porque hago el mantenimiento de limpieza. 


Soy parte del Prende porque tomo la leche y mientras tomo la leche charlo con mis amigas.



CULTURA CONSTRUYE SALUD

El año pasado les contamos sobre los proyectos A-Prender 40 huertas y ¿Qué te pasa calabaza?; el primero, de huertas agroecológicas, y el segundo, de distribución de verduras de estación a precios justos. Ambos, surgidos durante la pandemia y desde un sentir general de “no tengo mucha idea, ¡pero vamos!”, fuimos identificándolos con una línea de trabajo que cruza los derechos a la cultura, la salud y la alimentación. En el plano de lo concreto, se ponen en marcha diferentes estrategias como talleres, capacitaciones, producciones de recursos, jornadas de trabajo y laboratorios de técnicas plásticas. Un ejemplo importante de estas estrategias es la preparación de desayunos nutritivos en los momentos de encuentro. 


RECETARIO DE CONSERVAS

Este año ampliamos el recetario ¿Qué te pasa calabaza? Una primera parte recopila recetas de comidas hechas con las verduras que se distribuyen en el museo, propuestas por las personas que formamos parte de esta red de economía social; con consejos de Gaby, la nutricionista del Hospital de White, sobre incorporar verduras en nuestra alimentación y; variaciones de comidas con una misma verdura: como los zapallitos rellenos de Lorena, que los prepara como se los enseñó su suegra (“¡en la cocina era una diosa!”), y los zapallitos de Titi que los hace con pollo y acelga. También aparecen recetas como la de Emily que arranca con una pregunta: "¿qué podemos hacer con las semillas de calabaza?"

Desde un comienzo, ¿Qué te pasa calabaza? fue imaginado con final abierto. Por ese motivo, engrosamos  sus páginas con las recetas de las conservas dulces y saladas que aprendimos junto al Centro de Educación Agraria. Esta capacitación fue la primera que el CEA propuso para la comunidad del Boulevard, a la que pudo acercarse haciendo red con el museo y la Sociedad de Fomento. 

A la capacitación se habían inscripto personas motivadas por distintas circunstancias, por ejemplo, Mónica, del taller de costura del Prende, “porque quería aprender más que nada en el tema dulce, que no lo tenía del todo claro”. Bety, del mismo espacio, dijo: “para que mi cabeza estuviese ocupada, me hace bien, me distraigo, jorobando con todas ustedes, es lindo grupo de amistad”. Herminio, del grupo de nutrición del Hospitalito, afirmó: “para saber de qué se trataba, simple curiosidad”.

Desde el museo, pensamos que esta instancia podía facilitar una herramienta de formación, con certificación oficial, para un emprendimiento laboral. En varias ocasiones, hemos vuelto a la pregunta: “¿y si armamos una cooperativa de mujeres?”, un gesto de organización frente a un problema profundo como es la falta de empleo. La visita que hicimos a la cooperativa de trabajo de mujeres “Moras Brix" fue otra experiencia en este entramado de acciones que dialogan con la economía social y solidaria. Que diversifica haceres en relación con las líneas de trabajo iniciales. 

La segunda parte del recetario pasó a llamarse Si falta la comida, torcida va la vida, el título de este relato que les estoy contando. 



Este apartado contiene tanto las recetas de mermeladas, licores, picles y salsas de tomate que aprendimos en las clases, así como también recetas que las participantes empezaron a probar en sus casas y compartieron por WhatsApp. A partir de una receta ‘base’ y de los saberes técnicos que nos enseñó Celina - la profe agrónoma-, se inventaron variaciones, según las preferencias, tiempos, lo que ese día había en la heladera.

De esta experiencia heredamos un acervo culinario, sustentado en una ecología de saberes científicos y populares; por lo que aprendimos, pero también, por lo que traemos de nuestras historias familiares: Celina nos dijo que las conservas de berenjenas, con el método tradicional, no alcanza a matar las bacterias y hay peligro de botulismo. Sin embargo, quienes siempre las prepararon, no dejaron de hacerlo, aunque tal vez, ahora, con variables y cuidados.




CAPACITACIONES EN MANIPULACIÓN DE ALIMENTOS, LOMBRICULTURA Y ORGANIZACIÓN DE HUERTAS 
El CEA brindó dos capacitaciones más en el museo, una en manipulación de alimentos y otra en lombricultura. De la misma manera que sucedió con la de conservas, intentamos ponerlas en vinculación con los proyectos mencionados. 
La de manipulación de alimentos surgió de vecinas que trabajan en el rubro de la gastronomía o cocinan en comedores. A Alejandra Gallardo, por ejemplo, inscribirse le significaba continuar con la venta ambulante de rosquitas y tortas; el interés de Camila Fernández tuvo que ver con el desayuno que les prepara a lxs chicxs del Prende cada sábado por la mañana. 


Aprendí cosas que quizás no tenía idea.

Y otras que recordamos del curso de conservas. (Irene Carrasco)


Aprendí muchas cosas, como prestar atención cuando uno cocina,

cuando uno manipula los alimentos, los utensilios y todas esas cosas.

Soy del barrio Saladero.

 (Néstor Peralta)


Motivadas por indagar un poco más en las derivas del compostaje, Silvia, Adriana y Fany se anotaron en el curso de lombricultura. Lo que sigue es lo que escribieron en el trabajo final para acreditar el curso: "La cuestión que rápidamente se manifiesta, de manera espontánea y con total naturalidad, es la de la tierra, la propia, la del territorio que habitamos. Esa tierra tan querida que nos hace permanecer, no querer movernos más de ahí, pero que también nos pide, nos presiona, nos reclama un poco de alimento, para aplacar esa sal que no para de aflorar".



Con trabajadoras del INTA, en simultáneo, sostenemos otra línea de formación. Junto con ellas realizamos una serie de talleres para apuntalar las huertas, tanto en el museo como en casas de familias que cuidan huertas. Ariel y Graciela propusieron que el curso sobre plagas y enfermedades lo realicemos en el quincho de su casa.  


UN NUEVO ESPACIO EN COMÚN 
Este año, incorporamos un nuevo espacio comunitario, a cielo abierto. Allí están emplazados el invernadero y un monte de frutales multiespecie . 
El microtúnel fue construido, reconstruido y re-reconstruido. Las primeras veces se rompió porque no pudo resistir los ventarrones del lugar, estamos a metros del mar. En el tercer intento (había común acuerdo de que era la vencida) contamos con una red de pesca tejida por un vecino, José Luis Armario. Por porfiadxs volvimos a ponerlo a pie y hoy contamos con un espacio para que en su interior crezcan los plantines de la siembra de cada temporada.  Es desde el taller de exploraciones plásticas, del que participan chicos y chicas de 3 a 14 años,  que se sostiene el proyecto de las huertas en el museo. Este grupo ha construido una mirada muy atenta a su cuidado diario sin dejar de concretar otras tareas especiales, según la época del año, como armar almácigos, repicar y mezclar la tierra. También, estxs exploradorxs en las técnicas visuales, pintaron cajones de cultivo y fabricaron hoteles de insectos.  


 



MONTE FRUTAL MULTIESPECIE

Junto al microtúnel, recientemente, plantamos un bosque de frutales. Perales, ciruelos, membrillos y olivos vinieron a “poblar” un área del predio de la ex usina que, hasta entonces, tenía poca vida humana. Este monte en gestación se hizo a través del Ministerio de Desarrollo Agrario de la Provincia de Buenos Aires.



Los objetivos detrás de esta iniciativa tienen que ver con generar un nuevo espacio, de gestión colectiva y, sensibilizarnos como comunidad en la tarea de forestar y conservar el medio ambiente, lugar privilegiado donde se desarrolla la vida. Económicamente y a futuro, será valioso el aporte de frutas frescas para los preparados de conservas y dulces.

Los tiempos de los frutales, tan disímiles a los de la productividad capitalista, nos invitan a un cambio en la experiencia del tiempo. A alterar rutinas de tareas, cambiar las prioridades. Cada especie de árbol, con sus propios tiempos, nos da la chance de cultivar la paciencia, a sabiendas de que los cuidados que dediquemos, de riego, poda y control de hormigas, son cuidados para nosotrxs y la salud comunitaria.

Los frutales y olivos están echando sus primeras raíces en el suelo de Ingeniero White, como dice Silvia, “en esa tierra arcillosa que puede pasar de un barrial intransitable cuando está muy húmeda a compactarse y agrietarse, cuando se seca”.

El bosque de frutales, tal vez, es la forma más visible de poder llevar la declaratoria de museo enraizado a la acción. Con raíces invisibles y propuestas aferradas. El museo, al brindar condiciones para que sucedan las experiencias, se deja afectar por la llegada de las personas y aquello que quieran dejar. Este nuevo espacio simboliza la esperanza de proyectarnos a largo plazo.



Probablemente, a estas prácticas podamos identificarlas con la idea de museo situado del que habla Chiqui González: “en el doble sentido que lo entiendo, por un lado, como acción de la institución en el territorio, como el arte de romper el afuera y el adentro, lo instituyente y lo instituido, lo mostrado y lo ocultado, lo dicho y lo silenciado. Pero también en el mundo de pertenecer al mundo de los imaginarios sociales de esa región, no solo para atraer nuevos públicos o para sacar el museo fuera de sí mismo, sino porque el territorio es la unidad espacial de cambio más importante en estos tiempos” (González, C., 2023).



EL TERRITORIO QUE HABITAMOS

Este conjunto de acciones suceden en un territorio donde la materialidad del modelo de producción extractivista está a la vista. No deja de hacerse escuchar. Se respira.

Argentina es actualmente el tercer país productor de soja del mundo detrás de Brasil y Estados Unidos y, el principal exportador de harina y de aceite de soja, con los fuertes impactos socioambientales que conllevan.

El puerto de Ingeniero White constituye un enclave importante para la inserción de la Argentina en la economía global. Numerosas empresas transnacionales dedicadas a la agroindustria y a la petroquímica operan en este territorio. Sus orígenes se vinculan con el modelo agroexportador, que funcionó desde fines del siglo XIX hasta los años ’30 en una geografía que la comunidad mapuche llama huecuvu mapu. En ese contexto, el capital inglés, el Estado argentino liberal y la mano de obra inmigrante construyeron una arquitectura ferroportuaria que se ha arraigado tanto como la la matriz económica de nuestro país.


Sin pausas, este puerto se ha modernizado y ampliado para continuar con su función económica como “granero del mundo”. El crecimiento acelerado y sin límites marca el ritmo de su funcionamiento. En el reciente aniversario por los 30 años del CGPBB, la entidad pública no estatal que lo administra desde de su privatización, escuchamos discursos remanidos: “Tenemos ADN granelero”, “somos un puerto innovador y multipropósito”, “lideramos en estándares operativos y en tecnología“, “hay que estar preparados para el futuro prometedor que tendrá el puerto”, “somos el puerto líder del país y un Puerto de referencia a nivel americano”.


SEMILLAS

Las toneladas de maíz, girasol, cebada y soja que las empresas transnacionales del puerto exportan a diario conviven con otro conjunto de semillas. "¡Qué lindas! ¿Son las de las huertas del museo?", me preguntó hace poco Ramiro Rodríguez, de siete años, en una visita educativa. En ese momento, estábamos conversando con él y sus compañerxs sobre el circuito del cereal y sus efectos socioambientales.



Estas semillas, con orígenes, usos y destinos diferentes, podemos pensarlas en una relación de conflicto. Semillas que vemos pasar, semillas que vemos brotar. Semillas que son parte de la cadena productiva del agronegocio, semillas para la autoproducción familiar. Semillas de soja, trigo y cebada; semillas de tomates, rúculas y albahacas. Semillas del modelo del monocultivo, semillas por la variedad de cultivos y la biodiversidad. Semillas derramadas por los camiones y que los vecinos recogen para alimentar gallinas y chanchos. 



PLANIFICADOR HUERTERO 

Este planificador huertero es un material que nos acompaña hace poquitos días. Intenta visualizar nuestra experiencia con las huertas. Tomando como referencia el calendario del INTA, adaptado al clima y al suelo de la zona de la provincia de Buenos Aires, recreamos esta versión circular.  Con aquellos saberes que vamos poniendo en práctica y transmitiéndonos, en este tiempo presente, entre pares. Es este nuestro fratrimonio. Este calendario es una invitación a vivenciar el tiempo cíclico, pero también representa el tiempo que nuestra vecina Fany destinó para pensar y organizar una gran cantidad de información. Son los tiempos que Fany nos propuso a otras personas para reunirnos y concretarlo. 




Las cosmogonías de las culturas originarias, sutilmente, empiezan a entramarse con lo que probamos. Este calendario consideramos que dialoga con la concepción del "Buen vivir", un posicionamiento político que defiende que las personas somos parte integral y no dueñas de la naturaleza. Nos enseña a mirar con cuestionamientos que los conceptos de ‘progreso’ y ‘desarrollo’ son, justamente, indiscutibles. El Buen vivir nos ofrece herramientas teóricas para profundizar en lo que hacemos en un mundo desigual y es una tarea a largo plazo, apropiarnos cada vez más de sus postulados: “los saberes comunitarios, muchos de ellos ancestrales constituyen la base para imaginar y pensar un mundo diferente, en tanto camino para cambiarlo” (Acosta A., 2014)

 

AMBIENTALISMO INTEGRAL

Intentamos  contarles sobre los proyectos de una forma lo más ordenada posible; de todos modos es complejo porque las redes y los procesos de trabajo se mezclan. 

A través de diferentes estrategias del museo, como las capacitaciones, el recetario y el calendario circular, los proyectos vinculados con la producción y el cuidado de los alimentos fueron ramificándose. El invernadero y el bosque multiespecie, en el nuevo espacio a cielo abierto, constituyen un fuerte impulso a esta línea de trabajo. 

Reflejan, en simultáneo, la importancia de abrirse al barrio las veces que sea necesario y de trabajar en red con las instituciones de la zona. 

Con incertidumbres y cuestiones a mejorar, construimos una mirada abarcadora del proceso y una vocación hacia el “ambientalismo integral”, parafraseando nuevamente a Chiqui Gonzalez: “una vocación que venga a atravesar transversalmente la cultura, los aprendizajes, el cuerpo y la calidad de vida, el desarrollo humano y un concepto de naturaleza del que formemos parte” (González, C., 2023). Esto sucede, como se intentó describir, en un territorio portuario en el que convivien dos modelos de producción. Uno, cuantificado, racional, calculable. El otro, sensible, desmesurado, inagotable.



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BIBLIOGAFÍA

Acosta A. (2014) El buen vivir. Una alternativa al desarrollo. En Quintero, P. [coord.] Crisis civilizatoria, desarrollo y buen vivir. Ediciones del signo.

Gonzalez C. (2023) Los juegos del museo. En Aldeoqui, S. [et al.] Museos que (se) juegan. Unatinta editorial. 

jueves, 23 de noviembre de 2023

UN BERENJENAL

“Ya nos queda chico el taller”, dijo Titi cuando estábamos cerrando el encuentro con un rico desayuno. Es que ayer éramos un montón en la jornada de intercambio de saberes que organizamos junto con el Hospitalito de White, el Centro Comunitario “San Ignacio de Loyola” de Spurr y el Centro de Salud del barrio 9 de noviembre.


El punto de unión de esta red entre cultura y salud que no para de crecer, tenía que ver con algunos usos alternativos de las plantas que podemos llegar a tener en el patio o en la huerta.

Por un lado, desde el Prende compartimos la técnica de impresiones botánicas en la que venimos experimentando desde principios de año.

Esta mañana, el Ferro no tuvo que ver con los trenes, sino con el sulfato ferroso. Una sal de color verde que, en contacto con el vinagre y la cal viva, se convierte en un mordiente, un vehículo que ayuda a que esa sustancia propia de cada planta llamada tanino, pueda desprenderse y así impregnar su esencia y su imagen en la tela.

Alguien había traído de casa hojitas de malvón y eucalipto que acá se mezclaron con las de aguaribay, agracejo y casuarinas que juntamos en el parque del museo. Con ellas armamos los diseños para que dejaran su marca sobre remeras, parches y mantelitos.

Luego, mientras la magia sucedía en la cocina del Prende, lxs amigxs del barrio 9 de noviembre nos compartieron la receta para hacer aceites y ungüentos naturales a partir de flores de lavanda y hojas de romero. También nos enseñaron las propiedades antimicrobianas, antiinflamatorias, cicatrizantes y relajantes, entre muchas otras, de estas plantas que suelen habitar algún cantero de nuestras casas. Como dijo Gaby, son “plantas que alimentan y que sanan”.


En la ronda final, cada grupo contó desde cuándo se junta y qué cosas hace. Mabel compartió que hace 21 años que existe el Loyola, donde trabaja de manera voluntaria con otras compañeras en el cuidado de la huerta comunitaria y el acompañamiento de lxs chicxs del barrio en los talleres de cocina saludable y actividades deportivas.

Hugo mencionó que su grupo, que comenzó por iniciativa de Agostina y Flavia en la Unidad Sanitaria, tuvo sus altibajos en cuanto a la participación hasta que después de la pandemia se fue haciendo fuerte. Y destacó que, además de relacionarse con las plantas de otro modo, han aprendido a ser sostén y compañía unxs de otrxs.

En la misma línea, Yesica habló de lo que para ella es “la familia del Prende”, esta comunidad que se fue armando alrededor y en el cruce de los diferentes talleres que suceden en el castillo. Y Rosita contó cómo comenzó en el taller de serigrafía de los martes y viernes y después se fue enganchando en otras actividades.

                                

Una hora y media para que las plantas liberen sus taninos. 21 días de sol y calor para que el aceite esté listo. Mañanas de mate y tarea para que las personas tomen confianza…De pronto estábamos hablando del tiempo. Esa dimensión de cuyo paso los museos nos resguardan. Ese bien que pareciera ser cada vez más escaso en la vida cotidiana, más difícil de encontrar, y por tanto más valioso. Esa condición, que es fundamental, no sólo para que las semillas broten y las plantas crezcan, sino para que los vínculos comunitarios se consoliden.

Capaz algo de esto tenga que ver con la tenacidad de quienes sostienen estos espacios a diario, y con la voluntad de que toda esta red se vaya tejiendo, haciendo más densa, más tupida, como un bosque, una selva, un berenjenal.

Analía Bernardi

miércoles, 15 de noviembre de 2023

FERROBLACK

Les presentamos el catálogo tipográfico de la imprenta de Ferrowhite, al que dimos en llamar Ferroblack ya que, puestos a jugar con palabras, descubrimos con sorpresa, en el proceso de imprimirlo, que las letras de fierro de cada uno de los cajones son negritas.


Nuestro burro -ese mueble de finos y cuantiosos cajones que carga con el peso de los tipos móviles rigurosamente distribuidos- perteneció a la imprenta Donado de Juan Antonio Leonardi y fue cedido al museo por sus hijos Norberto y Viviana. Los lingotes -las piezas metálicas de diversas medidas que se utilizan para sostener el bloque de texto dentro de ese bastidor llamado rama- fue donado, junto con la guillotina que nos permitió cortar el papel, por Marcelo Márquez Garabano y pertenecieron a la imprenta de su padre. Y la experticia para componer la imagen de este catálogo letra por letra, espacio por espacio, renglón por renglón y cajón por cajón, nos la brindó el maestro tipógrafo Walter Uranga. A todos ellos nuestro cordial agradecimiento.



Lo que sigue es un breve juego de palabras -esta vez tipeadas en una computadora- en torno a la materialidad de las propias palabras. Pensamientos que fueron apareciendo durante esta singular experiencia tipográfica con el lenguaje; de hecho, que surjan pensamientos es una consecuencia de jugar con palabras. Impresiona imaginar la cantidad de modos que existen de jugar con ellas, tantos como lenguas se hablan, y ni hablar de la manera en que cada uno pone-en-palabras su propia experiencia del mundo. Pero esa es otra cuestión. La que este trabajo nos invitó a plantearnos tiene que ver con los modos de poner -literalmente- las palabras en el mundo, las peripecias de pasar de cómo suenan a cómo se ven, y de inventar herramientas que reemplacen la lengua y las cuerdas vocales para poder reproducirlas, es decir, darles cuerpo. El hecho de figurarse una imagen para cada una de ellas viene de la mano de un modo de fijarlas y así evitar que se las lleve el viento. De ahí que la historia de la imagen de los signos -la escritura- va de la mano de la Historia con mayúscula, pero de la otra mano viene también la de las herramientas para fabricar palabras. 

Dicen que, entre las palabras y las cosas, se juega (se oculta) el sentido de la vida; pero lo que media entre las palabras y su imagen -los medios para materializarlas- fue y sigue siendo clave para el rumbo que aquella va tomando. Así como manos anónimas convirtieron un clavo y un aro en una llave con cerradura y este hecho colaboró en abrir las puertas del mundo a la propiedad privada, transformando para siempre nuestras vidas (y de paso digamos que de la palabra clavo surge clave y entonces un clavo con clave pasó a ser una llave); así también, manos de orfebre (esta vez con nombre y apellido, precisamente en el renacimiento, cuando surge el propio concepto de autor, es decir, el de dueño de una obra), transformaron el cincel y el martillo, que antiguamente se utilizaban para grabar caracteres en las piedras, en tipos -letras metálicas- y prensa, y desde entonces la imprenta tipográfica abrió una ventana para que las palabras comiencen a circular de manera exponencial hasta llegar a ser una cosa cotidiana más entre las cosas materiales, cambiando también por siempre nuestras vidas, ya que luego de la impresión de las Santas Escrituras comenzaron a circular una incalculable variedad de ideas e historias en forma de textos impresos, pero también las Escrituras con mayúscula como títulos de propiedad, las Leyes ¡escritas! y, por supuesto, las ideas opuestas, los malos entendidos, etc., es decir, la chance de disentir a lo grande y con ello, la posibilidad de Guerras mayúsculas y con mayúsculas.


Que esa ventana que la imprenta abrió hoy se llame Windows y lo que media entre las palabras y la imagen de las palabras sean pantallas interconectadas que posibilitan su diseminación instantánea propiciando una suerte de infodemia, también es otra cuestión. Tan sólo quisiéramos detenernos un momento -cosa difícil en los tiempos que corren- para decir unas palabras acerca de la laboriosa práctica de armar palabras con tipos móviles, esas hermosas piezas metálicas con letras y signos espejados que Johannes Gutemberg fundió en moldes muy pequeños con una aleación de metales que, tinta de por medio, lograron resistir reiteradas veces el golpe de la prensa sobre el papel sin sufrir deformación. La palabra tipografía contiene en sí esta acción de golpear -en griego tipos- letras -grafía, escritura- para dejar huella. Es que asombra pensar, con lo que cuesta componer tipográficamente, que durante casi quinientos años y hasta no hace mucho, esta fue la técnica de impresión de textos por excelencia. Da vértigo imaginarse a los tipógrafos en los talleres gráficos de cualquier diario en la década de los ’60s o incluso los ‘70s componiendo por las noches páginas y más páginas en formatos extensos, tomando uno a uno los cuerpos o las formas de compartimentos diminutos, armando cada renglón con las letras cabeza abajo, siempre con el riesgo de que se caigan y siempre con la celeridad que demandan las noticias. Y luego, una vez impresos los pliegos, figurensé: devolver cada letra y cada espacio a su compartimento específico para que, al día siguiente, salgan otra vez los mismos cuerpos a jugar con otra configuración. Porque siempre hubo y habrá algo nuevo que decir, nuevas o viejas historias para contar que se desean compartir.   


O tal vez no. Filosofando sobre el lenguaje, ese andamiaje invisible que configura nuestras formas de vida, Wittgenstein llegó a decir: “de lo que no se puede hablar es mejor callar” y si bien el silencio tiene demasiado prestigio, saber alternar, combinar, componer los sonidos con los silencios, eso que hacemos cada vez que hablamos, es también todo un arte. Es sabido que un silencio oportuno muchas veces -por no decir siempre- da el peso necesario a lo que se dice, se dijo o se está por decir. Esta interdependencia entre lo que se dice y lo que se calla, este juego sutil entre llenos y vacíos que podríamos descubrir en la naturaleza, las artes y prácticamente todos los órdenes de la vida, se vuelve eminentemente palpable al componer con la tipografía móvil. Vemos y tocamos cuánto dice ¡y cuánto pesa! aquello que ‘nada dice’ en un texto. Los espacios entre palabras, los vacíos entre cada bloque de letras, se componen y se construyen con un cuantioso surtido de piezas perfectamente calibradas en los múltiplos del sistema de medida que regula toda la tipografía móvil: la pica o cícero (4.5126 mm). Los hay más delgados que un cabello y del tamaño de un ladrillo de construcción. El andamiaje del texto al descubierto. Así como el cineasta Robert Bresson decía que la aparición del cine sonoro permitió a lxs realizadorxs trabajar de forma expresiva con el silencio, jugando con la frase de Bresson, cambiando algunas palabras de lugar y agregando otras, podríamos decir que la aparición de la imprenta tipográfica permitió a lxs escritorxs reproducir en la imagen de un texto amablemente legible aquello que callan cada vez que dicen algo. 

Guillermo Beluzo