domingo, 28 de septiembre de 2008

ESTACIÓN MICUCCI

Este fin de semana en el museo celebramos un nuevo aniversario del puerto y el pueblo de Ingeniero White, presentando la estación ferroviaria que el whitense Ernesto Micucci construyó con materiales de su propio patio, réplica en miniatura de aquella que se quemó hace ya 17 años.


Conocemos la estación Garro, o lo que queda de ella. Pero ¿Dónde está la estación ferroviaria Ingeniero White? ¿Como es posible que un puerto atravesado por tantas vías no tenga una estación con su nombre? En realidad, la estación existió. Y no fue hace tanto. Ernesto Micucci la recuerda, con tanta firmeza y esmero, que decidió reconstruirla, hasta el último detalle, en el living de su casa.

“¿Cómo me puse a a hacer esto? Yo trabajé en la estación, del año 61 al 68. Tenía quince años cuando entré. Catorce para quince. Mensajero en la estación de White."

En su tarea, Ernesto enfrenta dos problemas capitales. Por un lado, el edificio que su maqueta debe reproducir ya no existe. El 21 de diciembre de 1991, un incendio devoró la construcción de chapa y madera que los obreros del Ferrocarril Sud habían levantado allá por 1900. Por el otro, él no se atreve ni siquiera a acercarse al lugar en donde estaba.

“Cuando me largué a hacer la maqueta quería ir a medir la plataforma, y pasaba y pasaba y pasaba y no podía medir. Sinceramente, después del incendio no pude ir ni a ver la estación. Había un choque. Un rechazo. Llegaba hasta el mástil y para atrás.”

Micucci me muestra las fotocopias de algunas fotos que le prestó un amigo bombero. En ellas pueden verse nubes de humo, chapas retorcidas como papelitos y un montón de rostros incrédulos, pero la estación no. Si Ernesto fuera un artista, cosa que ninguno de sus amigos duda, la manera que encontró de resolver esta doble dificultad podría ser bautizada el "procedimiento Micucci". Aunque parezca imposible, Ernesto construye su flamante estación desde adentro de la vieja. Él no se anima a pararse ante la estación que ya no existe pero, cerrando los ojos, puede volver a estar adentro de la que alguna vez existió.

“Empecé a hacer un dibujo de memoria... y después caminaba. En casa, yo me contaba los pasos. Decía: la oficina de carga tenía más o menos así, y caminaba diez metros por, que sé yo, doce. Iba contando, uno, dos, tres, miraba la distancia y ahí estaba el armario y atrás del armario, yo sabía, quedaban otros cuatro metros… así se fue haciendo esta estación.”

Desafiando su ansiedad ("y la paciencia de mi señora"), la nueva Estación Ingeniero White lleva más de dos años en obra. A medida que crece va mudando de lugar. De la piecita de atrás fue a parar a la cocina, y de ahí al living. Es que su construcción no parece responder a un plan previo, a esa visión anticipada del conjunto propia del pensamiento proyectual. El "procedimiento Micucci", diría un aprendíz de linguísta, opera  por metonímia. Una cosa lleva a la otra. La aparición de la mesa del jefe revela de pronto la ausencia de las sillas. El carro valijero convoca a la balanza de encomiendas. Ahora, dice Ernesto, solo faltan el tren, las vías, más allá la arboleda... La maqueta se expande como un pequeño imperio. Es el sigiloso desembarco de un mundo en otro que, ¿lo habíamos olvidado?, son el mismo.

“De Luca, Girotti, Mauri, Belmonte, Rossi, Cayaranzo, Bedovaldi, Casiali, De Palma, Sánchez, Manzano, Bocca, Morán, Oliva, Toch, Perez, Santucci, Dáas, Scabarda, Ríos, Faillá, Tauro, Marzulo, Seijas, Vicente, ¿Quién más estaba? En la estación había mucha gente. Eramos casi 100.”

La miniatura no es la representación de un pasado ideal, y por tanto aislado, sino una manera de empezar a configurar, a través de la historia personal, un relato colectivo. Otra manera de comprobar que la historia de uno solo de los habitantes de este pueblo, de uno solo de los empleados de aquel ferrocarril, implica siempre, al mismo tiempo, la de todos nosotros.

"Esto lo hice en un momento bravo. Estaba sin trabajo y accidentado, me había quebrado, no tenía trabajo, así que estaba con tiempo, en casa, y digo, ¿Qué hago?”

Entre la estación que recuerda y la circunstancia que lo llevó a reconstruírla, está la extensa historia de trabajo de Ernesto. Los tiempos buenos y los malos. El primer empleo formal en el ferrocarril, los años en YPF -"donde también eramos muchos"-, las desventuras, ya en los 90, como distribuidor de pilas y hojitas de afeitar, las changas como pintor, el desempleo, el actual patrón, la jubilación para la que solo faltan "367 días".

Escuchar a Ernesto implica empezar a hacer propio su "procedimiento", la manera en que este vecino intenta materializar su punto de vista sobre la historia común a través del artefacto que construye. Es a partir de prácticas como la suya que Ferrowhite se reconoce como un "museo taller".

En estos años, Ernesto no tuvo que ir muy lejos para encontrar los materiales apropiados para su obra.

“La base es el esqueleto de un cajón. La chapa acanalada son latitas de arvejas, los laterales y el techo están hechos de pinotea, algunas tablas de esta casa que desarmé en una reforma, pinotea centenaria como la estación.”

Incluso si intenta disimularlos, el bricoleur sabe que es imposible borrar la huellas de los materiales a partir de los que trabaja.  En las tablas de pinotea, Ernesto encontró no solo la materia prima para dar forma a sus recuerdos, sino además la definición más simple de lo que una estación de trenes pudo, alguna vez, ser: "una estación ferroviaria es una casa".

"Cuando me fui dejé un cartel en el sector encomiendas: «ganamos poco pero nos divertimos mucho». Se debe haber quemado con el incendio también, pero está acá: [Ernesto Micucci levanta el techo desmontable de su maqueta, y señala con el dedo el interior de una de las habitaciones, me inclino]
¿Ves?.”


sábado, 27 de septiembre de 2008

UNA FIESTA EN MALDONADO

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Cuando hace unos días le mostré la foto de la fiesta a Cacho Montes de Oca, en seguida se acordó. Y dijo: esta es la fiesta que organizó Fontanella. Lo tenemos que invitar a él.

Helos aquí, entonces, a Carlos Montes de Oca y a Oscar Fontanella, lupa en mano, reconociendo a sus viejos compañeros de trabajo, y contándome entre los dos, un montón de historias.



UNA FIESTA EN MALDONADO

Cuando estuvimos en los Talleres Maldonado el viernes 5 de septiembre, nos regalaron esta foto:


¿Cuándo fue esta fiesta? ¿Cómo la organizaron? ¿Quiénes son los que aparecen en la foto?
Una cosa, sí, podemos reconocer claramente: el edificio de la nave central del taller, bajo los puentes grúa.
Y la ropa nos lleva a conjeturar que esto ocurrió probablmente entre 1974 y 1976.

La idea sería entonces tratar de saber los nombres, de encontrarlos, y si fuera posible, reunirlos de nuevo.
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miércoles, 24 de septiembre de 2008

SÁBADOS EN FERROWHITE


Casi son las tres y Pedro Caballero va cruzando el puente. Alberto ‘Cacho’ Romero abre el portón mientras sigue, a la distancia, la conversación con Pedro Marto. Los tres llegan al museo con una insólita antelación. Los tres tienen asistencia perfecta.

Tal vez ir al museo signifique para ellos lo que antes implicaba arrimarse al bar, al club, incluso al trabajo. Han hecho del museo su lugar de pertenencia.
Esa apropiación requiere, en parte, encontrar una actividad. Un hacer que, por el hacer mismo, se va volviendo rutina (en el sentido más reconfortante de la palabra). Así, Pedro Marto se viste con la gorra de guarda, agarra la caja de colaboraciones y prepara su planilla de visitantes: “Sábado tanto, coordinador tanto”. Después, se encarga del encendido de la calefacción, de las luces de las fotos y de los teléfonos, tareas que ya le son propias.

Pedro Caballero desde hace tiempo (más precisamente, después de la botadura del “Ingeniero White”) va derechito a abrir la persiana del salón de usos múltiples, y en un gesto evoca a los talleres Maldonado. Con el primer deber cumplido, hace entrega del suplemento ADN del diario La Nación que Pedro, a su entender, no entiende.

Cada tanto Cacho Romero se acerca a compartir unos mates y también unas anécdotas. El otro día, por ejemplo, Pedro Caballero y Cacho recordaron a Musa, un ferroviario que medía como dos metros y medio y que sólo manejaba las pilotas*, porque su cuerpo era tan grande que tenía que sacar la cabeza por la ventanilla.

A veces, cuando llega alguien con algo que preguntar o simplemente con ganas de conversar, Pedro Marto siempre dice mentir, y Pedro Caballero nunca niega decir la verdad.
Quien llega y permanece, se va asombrado con la prodigiosa memoria de don Pedro (Caballero), y de yapa se lleva una foto con el único guarda que no fue ferroviario.



Pedro, Cacho y Pedro


A las seis y pico un cambio de música es solicitado y el bolero de Ravel gira un par de veces. Pedro Caballero se para delante del parlante y, por quince minutos, dirige una orquesta. Con una sonrisa dibujada se agrega al camino del quehacer, esta vez al revés. A cerrar la persiana, a hacer las cuentas de la recaudación, a apagar la calefacción, la música, las luces.
A cerrar la puerta, a saludarnos otra vez. A decir: hasta la próxima.




*pequeñas locomotoras a vapor usadas en la playa ferroviaria.

lunes, 8 de septiembre de 2008

FW EN TALLERES MALDONADO

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El 5 de septiembre fuimos con Analía Bernardi y Pedro Caballero a recorrer los Talleres Maldonado.


A la izquierda, el edificio construido a fines de siglo XIX por la compañía Bahía Blanca al Noroeste; a la derecha, la nave con estructura de hormigón y grúas pórtico hecha en 1948, para transformar el viejo galpón de locomotoras en taller para reparaciones periódicas de locomotoras diesel. Actualmente está en manos de la Unidad Ejecutora, dependiente de la Provincia de Buenos Aires. (Ferrobaires)



Cambio de bogues: los gavilanes elevan las 100 toneladas de la locomotora de su base y controlados desde el puente grúa la desplazan hacia izquierda y la apoyan sobre los bogues recién preparados.

En el taller, una máquina cepilladora transforma una zapata de freno de vagón en zapata de freno para locomotora: el trabajo consiste en hacer una ranura de un centímetro y medio de ancho.


El tornero; por las ventanas del taller entran las enredaderas que cubren la pared exterior.


El motor de la Balwin Lima Hamilton 7044 que se usa como pilota en el taller: el regulador Woodward, las ocho culatas, el árbol de cremallera, el múltiple de gasoil,las bombas inyectoras de aceite, los caños de aceite lubrificadores de balancín de culata,
los caños de alta y adelante, en primer planto, el gobernador eléctrico.



Un recorrido por el cementerio de locomotoras en la playa posterior del taller.

Más imágenes en Archivo Caballero