sábado, 24 de octubre de 2009

SECCION 73: TORNERIA

La tornería era la sección neurálgica, dijo Claudio Fabbi (tornero en TBB entre 1986 y 1992), por acá pasaba todo lo que se hacía en el taller.

Y entramos directamente en lo que queda del galpón de la sección 73, tornería:


Nos mostró dónde estaba la fresa, la lesadora, cada uno de los tornos, el torno polaco, los tornos revólver, un torno muy antiguo que ya no se usaba más de la época de los ingleses, y la "cueva", en uno de los ángulos del galpón, donde se juntaban en los ratos de descanso a tomar mate y a charlar, como si hubiéramos estado recorriendo su casa:



Nos explicó, como si todavía esas fueran sus tareas habituales, cómo se enllantaban las ruedas de vagones, cómo se agujereaba el disco, cómo se torneaba el perfil de cada rueda, cómo hacían los stays, qué materiales y qué herramientas eran necesarias, qué sandwich había que darle al herramentista para que te diera lo que necesitabas, qué bromas le hacían al que prendía primero la salamandra. Nos describía cada máquina no solamente con palabras sino mostrando su envergadura y volumen con sus propios brazos, su funcionamiento o desplazamiento, con el movimiento mismo de su cuerpo.
Después recorrimos el taller: pasamos por el comedor, por el galpón de montaje y la herrería. Nos contó, además, un montón de anécdotas.

Muchas cosas pensábamos Nicolás y yo mientras caminábamos con él por entre los escombros:

¿Quién destruye así sus cosas, ni siquiera cuando ya no le sirven?
De todos modos: ¿quién dijo que este taller no servía?

La violencia ejercida en cada uno de esos muros, de esos tejados, de esas maquinarias, no hace más que hacer evidente la violencia que se ejerció sobre todos los que trabajaban ahí, que tenían su oficio, su saber, su experiencia, sus esperanzas, y también sus amigos, sus compañeros; y también la violencia con que se destruyó lo que nos pertenecía a todos, no solamente las construcciones, las maquinarias o los materiales sino el trabajo mismo que ahí se hacía, vital para el funcionamiento del ferrocarril (servicios de pasajeros, cargas de todo tipo hacia el puerto de Ing. White, hacia otras zonas de nuestro país) y de la economía regional.

Cuando uno recorre, o habla sobre el taller con personas de más edad, ferroviarios de toda la vida, el dolor por la destrucción nace de la pena de ver en ruinas esos espacios en los que transcurrieron treinta, cuarenta años de sus vidas.

Los que, como Claudio tenían 29 años cuando se cerró el taller, pasaron unos pocos años ahí; ahora trabajan en otras cosas (casi nunca ligadas al oficio), pero tal vez, hoy todavía, a los 46, estarían ahí, trabajando.

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