martes, 13 de septiembre de 2011

EL GRAN TRUCO

La pregunta es cómo el establecimiento industrial más grande de la ciudad, el que ocupaba más superficie y trabajadores, llega a desaparecer de la vista todos.
  


  
Los Talleres Bahía Blanca Noroeste funcionaron durante más de cien años. Allí llegaron a trabajar alrededor de 1200 obreros en la reparación de cientos de locomotoras de vapor y de todo tipo de vagones de carga, de las chatas a las tolvas graneras, de los vagones fruteros al vagón "todo puertas" para cargas paletizadas. Cómo una pieza clave de la infraestructura logística de la economía regional, cómo esas 18 hectáreas con sus edificios monumentales se convierten, a tan solo seis cuadras del centro, a tan solo 15 años de su definitivo cierre, en un agujero negro, tierra baldía, asunto de nadie, es cosa que inquieta.

¿No estaremos ante un sensacional acto de prestidigitación? Aunque acá convendría notar que, allí donde el ilusionismo pedestre basa su eficacia en la subrepticia rapidez de sus movimientos, la transformación que llevó a estos talleres a su estado actual se desplegó, por el contrario, ante los ojos de todos lenta, tan lentamente, que la magia tardó años, décadas incluso, en completar su efecto.  Es cierto, Menem lo hizo, pero sin restarle una pizca de responsabilidad, es importante advertir que no lo hizo solo. Que no fue el único, ni el primero, ni tampoco, lamentamos decir, el último. Así que en vano nos esforzaremos por descubrir el truco bajo la manga del turco en las fotos que lo retratan firmando la ley 23696 de Reforma del Estado, o el decreto 1039/95 con el que liquida Ferrocarriles Argentinos.

Quizás la desaparición de los Talleres Bahía Blanca no respondió a un único golpe de gracia, sino que tuvo, como previa condición de posibilidad, un proceso de deterioro minucioso, paulatino. Tal vez, como muchos ferroviarios sugieren, haya que rastrear las causas de su desmantelamiento mucho antes de 1992, y no en los discursos de campaña de los gobernantes, sino en la letra chica de sus disposiciones de gobierno, en los vaivenes políticos a través de los que el manejo del Estado, de la empresa de trenes nacional y de los sindicatos ferroviarios responde en forma directa o indirecta a los intereses económicos en pugna. Medidas concretas que, muchas veces en contradicción con la retórica “industrialista” de sus fundamentos, estuvieron orientadas, desde los años 60, a favorecer en la práctica el desabastecimiento de los talleres ferroviarios estatales, el crecimiento de los talleres privados y el desarrollo del transporte por camión. Habrá que buscarlos también, eso al menos intentamos, en la voz de quienes denunciaron estas políticas, voces de las que muchas veces no queda otro registro que el que conservó la propia policía destinada a sofocar su resistencia.

Pero el gran acto de prestidigitación requiere, al menos, de otro movimiento, complementario y simultáneo al anterior. Habrá que tener en cuenta, además, el efecto sobre el sentido común de los persistentes discursos acerca de la incurable ineficiencia del Estado como administrador de las empresas de interés público. El argumento invisibilizador se basa, en este punto, en la presunción de que a partir del '48, cuando se fueron los ingleses, los ferrocarriles "se vinieron abajo", a pesar de que los testimonios, el rastreo de planos y fotos revelan, en el caso de estos talleres, un proceso mucho más matizado y complejo, en el que fueron, justamente, los momentos posteriores a la nacionalización y previos a la privatización aquellos durante los cuales se llevaron a cabo importantes obras de mejora y ampliación.

Al final del truco, lo que parece haberse esfumado no es solo una parte significativa de nuestro patrimonio como sociedad, sino también nuestra propia conciencia de lo sucedido. ¿Esto de verdad pasó? ¿De verdad acá existían vagones, y pares montados, y tornos para arreglarlos, y pibes como el pibe que no hace tanto era Claudio Fabbi, y viejos como el viejo Romagnoli dispuestos a enseñar cada una de las mañas de su oficio?

Resulta raro leer ahora que el lugar que aún hoy ocupan los talleres va a ser urbanizado”, como si en ellos no hubiera transcurrido parte fundamental de la historia de nuestra ciudad. Por eso es deseable que la esperada, sin duda necesaria reutilización de ese sector suponga, a la vez, el desafío de rehabilitar su pasado y no una mera excusa para su borramiento definitivo. Quien sabe si alcanza, en este caso, con la habitual advertencia de que olvidar la historia conduce a repetirla. Porque incluso para calcar una historia sería preciso conocerla. Tal vez, quien decide ignorar de plano su pasado, se expone a que las cosas siempre puedan ir peor.  

3 comentarios:

  1. Recordar lo que perdimos es una buena manera de pensar en la forma de recuperarlo. Bueno el video, triste, especialmente triste en un día como hoy , enlutado por las muertes obreras del accidente de Flores

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  2. Hola Tata! Estamos en plenos preparativos para la peluquería de este domingo!

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  3. Estoy en este momento a bordo de un tren de la NS, en Holanda, y no puedo menos que sentir una gran pena por todo lo que perdimos, y no sé si alguna vez recuperaremos siquiera un poquito. Quiero tener trenes eficientes, y despejar las rutas de ómnibus y camiones!!!! Ah! Y estoy escribiendo y leyendo la historia porque los trenes tienen wifi... Un gran abrazo.

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