El último domingo en el café de Ferrowhite celebramos el segundo encuentro de "¿Lo decimos cantando?", el ciclo que reúne a la pianista Sarita Cappelletti con sus alumnos del taller de música de la Asociación La Siempre Verde. En esta ocasión fue el turno de unas cuantas chicas, y algún que otro muchacho, que forman parte de auténticas dinastías de cantores whitenses. Frente al micrófono se lucieron Lola y Natasha, nietas de Margarita Marzocca, Marisol y Tiziana, en representación de los Rodríguez y los Leguizamón del barrio Saladero, y Florencia Abigail, heredera musical de los Lupo. También nos acompañaron Ezequiel y Tania Medina, Oriana Bacci, Luján Paniagua, la familia Ramírez en pleno, y desde el Bulevar, la pequeña Salma Pertersic.
Las canciones que entonamos junto a estos chicos llegaron hasta nuestros oídos por la radio, por la tele, en cds truchos o a través de youtube, pero también, todavía, de boca de padres y abuelos que a su vez las trajeron de lejos. Así, un tema de Violeta compartió escenario con la "Zamba para olvidar" y un hit de Thalia hizo buenas migas con una canzonetta que tiene mil intérpretes y ningún autor. Puede que por eso, sin ser músicos ni antropólogos, esta mañana se nos de por arriesgar hipótesis etnomusicológicas: las canciones trazan los contornos invisibles de un pueblo. Y también los desplazan. Cantar en el puerto de la soja y el polietileno implicaría entonces ser protagonistas, entre muelles, rutas y rieles, de ese otro tránsito, del comercio comunitario entre lo "propio" y lo "ajeno", entre la permanencia y el cambio. Quizás porque la Historia también se dice cantando.
Chatwin.
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