Hay que salir de la biblioteca y del gabinete para escribir historia. Una persona me cuenta su vida y la de su familia, y yo, como si tuviera cinco años, me sumerjo en ese mundo que no es sólo el mundo singular de esa familia, de esas personas, sino que es aquel país, aquella guerra, aquellos años, y ese grupo de inmigrantes contratados por el gobierno de este país, llegados a esta ciudad, en esos años. Hoy estuve en Pola, y empezó la guerra, y cayeron bombas, y corrí junto a una nena y su abuela a esconderme en un refugio; y después sentí cómo se llegaron a oír por toda Pola los gritos de esa nena cuando arrancaba el barco en el que se la llevaban a Italia (junto con otros tantos niños y ancianos) mientras sus padres quedaban en tierra, todavía, hasta el próximo barco. Y volví a Pola varias veces en tren desde Génova a buscar -en secreto, no era algo que pudiera hacerse facilmente- un baúl lleno de aceite de oliva y de panes que después sirvió cuando hubo que convencer a quien autorizaba a los emigrantes a partir para que los abuelos pudieran venir tambien ellos en barco a la Argentina; y me alojé en el Hotel de Inmigrantes, dí una vuelta en colectivo recorriendo todo Buenos Aires, y llegué a la Base Naval en Puerto Belgrano; y escuché a la madre de la nena pedir pintura para pintar la casa que les dieron, y vi llegar un camión cargado de carne, leche y pan cuando todavía no se había cobrado el primer sueldo; y bailé a la noche los valses que los padres de la nena bailaban; y vi como levantaron su casa los sábados y domingos en el barrio chino, acá en Bahía, y asistí al velorio de ese padre, muerto poco tiempo después en un accidente, un 1° de mayo, mientras todos se iban de pic nic; y acompañé a la viuda a comprar máquinas industriales para tejer pulóveres; y saludé a las maestras (alguna de ellas vive todavía) que trataban de calmar la inexplicable angustia de esa nena cuando al mediodía sonaba la sirena de alguna fábrica cercana a la escuela; y vi a esa nena hacerse grande en un hogar de mujeres solas, y empezar a trabajar como oficinista en una enorme fábrica y como instrumentista en un hospital... y ahí, en ese punto, emerjo, y con esa nena que es otra vez una mujer, sentada en la cocina de su casa, pruebo un trozo de esta torta magnífica cubierta con crema moka y rellena de duraznos, con té sin azúcar.
Nuestra compañera Ana Miravalles en su blog
Parva.
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