El domingo Raúl Foresi nos contó sobre Mecánica White, el taller ferroviario que funcionaba en la vieja usina inglesa. Su historia es la de mil trabajos que arrancan todos con la misma frase: "Foresi, ustedes no se animarían a...?" Y Foresi y sus muchachos se animaban. A reparar chatas automovileras, recargar matafuegos, fabricar cajas de caudales o armar carretillas Thill, sin maestros ni manuales a mano. El taller que pone en marcha el relato de Raúl se aleja de las rutinas que insistimos, rutinariamente, en asociar con esa clase de espacios. Nada parece definir mejor a Mecánica White y a sus integrantes que la disposición para encontrarle la vuelta a cada una de las necesidades que la empresa ferroviaria planteó a lo largo de años casi nunca sencillos. Foresi cuenta su vida en centímetros y pulgadas. Es preciso. Austero incluso para referir los esfuerzos, a veces desmedidos, de la gente con la que aprendió y de la que tuvo luego a cargo. Y aunque su memoria es imprescindible para comprender el valor de ese edificio en ruinas, para él la ruina no vale sólo por lo que fue, sino por lo que todavía es: paredes de 60 que, como los hombres que las habitaron, no ceden así nomás al paso destructor de la historia.
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