Como cuando llegaba el boletín de
calificaciones de la escuela, terminar el primer trimestre de la cuarentena
invita a hacer una suerte de balance. Lejos de la idealización, me doy cuenta de
lo que echo de menos de la tarea cotidiana. Vestir el mameluco de Ferrowhite, revisar
el orden de las fotos que van en la valija y salir a la espera de los
contingentes de chicxs justo cuando la escarcha se levanta. El bullicio, las
carcajadas y hasta el olor a papa frita en el Prende durante el pic nic con el
que habitualmente despedimos la mañana en el museo. Extraño quedar cansada de
poner el cuerpo y el afecto durante dos horas varias veces a la semana en lo
que llamamos las “visitas educativas”.
Hace un par de semanas, mientras
andaba en bicicleta, pasé por una plaza y vi los juegos rodeados de cintas de
PELIGRO. Pensé, parafraseando a lxs amigxs de ABTE, que sin niñxs -como sin
ancianxs- la ciudad como experimento social de estar juntxs, es un embole. Sin
el juego o la contemplación sin tiempo, la experiencia ciudadana se reduce a los modos y criterios de la productividad
económica. Aburre no cruzarse con personas que nos recuerdan que la vida no es
sólo trabajo, aunque en una sociedad capitalista como la nuestra, para quienes
somos obrerxs como yo, se haya vuelto fundamental (y no tenerlo, un garrón).
Hoy apenas unas baldosas separan ‘mi
casa’ de la ‘oficina’. Duermo un poquito más, pero apenas tardo unos minutos
desde que me lavo la cara, preparo el mate y ‘me conecto’. En la era de la
información, el trabajo depende cada vez más de la comunicación virtual y se inmiscuye
en la intimidad de quien trabaja. Se filtra en el ‘teléfono personal’, no tiene
horarios precisos y requiere de una disponibilidad mental y emocional difícil
de regular. Las salidas de la fábrica como la que los hermanos Lumière registraron en 1895 ralean, porque el límite
entre dentro y fuera del trabajo se
ha vuelto cada vez más difuso.
Me doy cuenta de que extraño
la distancia, que es precisamente lo contrario al distanciamiento social. Es decir, la distancia como el trayecto
a ser recorrido de un punto a otro para llegar al encuentro y lo inesperado que puede aparecer en
el camino. El viaje eterno y apretujado en la 500, la vuelta en auto con algunx
compañerx. Extraño al museo como espacio público de la diferencia. Como ese lugar que permite
salirnos de la mismidad que en cierto modo es cada familia, al encontrar
otra espacialidad, otras personas, objetos de otros tipos o tiempos y confrontarse acaso con otras realidades.
El viernes 19 de junio, junto con
amigos docentes y estudiantes del Profesorado de Educación Primaria del
Instituto de Formación Docente “César Avanza”, nos encontramos en este plano virtual
para reflexionar sobre las “salidas educativas” en Ciencias Sociales y las relaciones
entre escuelas y museos. En pleno aislamiento social, paradójica y
necesariamente, hablamos de salir, y no hicimos más que juntar ganas de encontrarnos
cuando pase la cuarentena.
Acá la conversa virtual con Oscar Benítez Jara del ISFD Nº3
y Gastón Concetti, de la EEP Nº1 de Bahía Blanca.
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