Si alguno de ustedes imagina que lo que hacemos acá en Ferrowhite consiste en trasladar al amplio espacio de este taller, una historia confinada al marco estrecho de las páginas de algunos libros, no nos queda otra que decir que se engaña. No sólo porque trabajar con la historia del trabajo ferroviario y portuario vuelve difícil privilegiar la lectura -por supuesto imprescindible- por sobre los otros actos de la existencia, sino además porque esos libros casi no existen. Cosa que representa un verdadero enigma teniendo en cuenta el amplio acuerdo respecto de la importancia de ferrocarriles y puertos para el “desarrollo” de nuestra ciudad.
Nos pasó con Roberto Peñacorada, con Cacho Montes de Oca, con Roberto Marino y tantos otros: cada uno valora de una manera distinta lo sucedido, pero basta que un ferroviario de más de 65 años se pare en el museo frente a esa inmensa foto fechada en 1961 en la que se ve a Frondizi montado sobre un elefante para que inmediatamente diga algo como esto: estábamos todos de huelga, el país paralizado y él allá en la India, paseando en elefante, y se acuerde del Plan Larkin, y de los ramales levantados, de los 42 días de huelga y de los retiros voluntarios. Si luego se encuentra con la vagoneta en la que el Aparato Carnero agacha sumiso la cabeza, probablemente nos cuente de los que sí fueron a trabajar, de esos “carneros” que no quisieron parar. Y tal vez, al llegar a la zorra sobre la que están apoyadas las herramientas que usaban los catangos, o sea, los peones de vías, comente en voz baja cómo se usaban las llaves “pata de cabra” para aflojar rieles y provocar el descarrilo de los trenes “de emergencia” conducidos por el personal de dirección.
Nos pasó con Roberto Peñacorada, con Cacho Montes de Oca, con Roberto Marino y tantos otros: cada uno valora de una manera distinta lo sucedido, pero basta que un ferroviario de más de 65 años se pare en el museo frente a esa inmensa foto fechada en 1961 en la que se ve a Frondizi montado sobre un elefante para que inmediatamente diga algo como esto: estábamos todos de huelga, el país paralizado y él allá en la India, paseando en elefante, y se acuerde del Plan Larkin, y de los ramales levantados, de los 42 días de huelga y de los retiros voluntarios. Si luego se encuentra con la vagoneta en la que el Aparato Carnero agacha sumiso la cabeza, probablemente nos cuente de los que sí fueron a trabajar, de esos “carneros” que no quisieron parar. Y tal vez, al llegar a la zorra sobre la que están apoyadas las herramientas que usaban los catangos, o sea, los peones de vías, comente en voz baja cómo se usaban las llaves “pata de cabra” para aflojar rieles y provocar el descarrilo de los trenes “de emergencia” conducidos por el personal de dirección.
Nos parece significativo que entre las palabras con las que esos “testigos presenciales” relatan los acontecimientos del ‘61 se escuchen unas cuantas que sonaron, y mucho, durante la última década del siglo XX: racionalización, déficit, retiro voluntario, cierre, desguace. Reunidos en este museo cuya colección tiene origen, justamente, en los despojos de los años 90, el elefante, el carnero, y la pata de cabra, llevan a más de un ferroviario a interpretar lo sucedido a principios de los años 60 como el inicio de un proceso que culminó treinta años más tarde con la privatización y el desmantelamiento de los trenes. En palabras de Pedro Caballero: “el inicio del principio del fin de los ferrocarriles argentinos”.
De la ausencia de un trabajo específico referido a la huelga ferroviaria de 1961 en Bahía Blanca, y de ese cruce entre objetos, imágenes y experiencias que el espacio del museo propicia, en el que la relación entre cuestiones generales y particulares no parece ir nunca en una sola dirección, surge entonces el impulso para investigar los hechos e interpretaciones en torno a aquellos 42 días que paralizaron al país.
La ponencia completa se puede descargar siguiendo este link
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