Después de los saludos y abrazos correspondientes, lo primero que hicimos fue compartir algunas de las respuestas que llegaron a la consigna: “Cuando alguien te pregunta qué es el Prende, ¿qué respondés?”. En unas hojitas amarillas, esa pregunta había viajado hasta las casas de lxs participantes del Prende para intentar contar, desde varias miradas y a muchas voces, todo lo que sucede acá.
Desde el principio de estas reuniones, venimos hablando de la dificultad de poner en palabras lo diverso, móvil y vivo que es el taller. Pero también reconocemos que ahí está su potencia. Como dijo Nico: “lo más interesante que tiene el espacio, pero a la vez lo vuelve complejo, es esa multiplicidad y esa variedad en el tiempo de cosas que se dan acá. Entonces está bueno pensar, no en una definición fija de lo que es el espacio, sino dar con un formato que nos permita incorporar lo que va pasando”.
Para Mateo, por ejemplo, “el Prende es un castillo en donde nos juntamos para hacer distintas actividades, reciclando cosas, y también haciendo más lindos los espacios del barrio, como cuando pintamos ruedas para la Plaza del Cangrejo. Me gusta ir porque puedo compartir con mi hermano y también conocer a otros chicos del barrio que no van a la escuela.”
Cocó se siente parte porque “participo en todo lo que me gusta, estoy en huertas y conservas. Si me diese el tiempo me gustaría serigrafía, pero no puedo por razones laborales. Veo los sábados la cantidad de nenes y nenas que van y me sorprendo… Me crié a escasas cuadras, por eso es el lugar que elijo siempre, porque me recuerda mi infancia, adolescencia y adultez.”
Y para Silvia “es un espacio en construcción permanente, atravesado por emociones. Es un lugar de dudas, de aprendizaje de técnicas, de ideas y donde se tejen relaciones. Es un espacio para involucrarse, en el que a veces somos espectadores, otras protagonistas, y siempre somos parte. Y es la apuesta de Ferrowhite, uno de los ejemplos de museos comunitarios, que en el año 2015 decidió simbólicamente- y no tanto- abrir la puerta, nada más y nada menos que del castillo, para que el barrio pase, entre, se quede y salga siguiendo su propio ritmo”.
En las respuestas, algunas palabras resultaron comunes. Entre ellas, la idea de que el Prende es como “una gran familia”, que lo que sucede acá tiene “algo de mágico” y también que es un “lugar para explorar”. Pero inmediatamente surgieron también otros sentidos para esas palabras que, a veces, se vuelven muy pesadas o cargadas de clichés.
Así, por ejemplo, Malena rescató “el desorden propio de una familia” para referirse al funcionamiento del taller en el modo de ir resolviendo las contingencias, y alguien dijo que, con tantas mamás y abuelas, el Prende sería una familia, sí, pero “ensamblada”. Si hablamos de magia, enseguida aparece la figura de la bruja y los hechizos, como advirtió Zulema en su texto. Y en relación al castillo, Agustín reconoció que “es una metáfora muy fetiche del pasado, y esto está tan vivo que es como una contradicción re- potente”.
Las tensiones entre el ser y la apariencia (“una usina eléctrica, llena de cables y máquinas, con forma de castillo); entre el pasado y el presente (“los castillos fueron siempre el lugar donde vivieron los poderosos, pero este ahora es el espacio para el barrio”) o las metáforas, que despliegan otros sentidos y hasta producen comicidad (“la bruja que con sus hechizos todo lo consigue”), nos permitieron pensar que la tarea pendiente no sólo es describir lo que pasa acá diariamente, sino también poder desplegar otros mundos imaginados. Como dijo Yesi, es lo que piden lxs chicxs cada vez que se abre la puerta del Prende: “¿me das un lápiz y una hoja?”, como si no pudiéramos habitar este lugar sin mezclarlo con lo que soñamos.
Después de este primer momento de intercambio, llegó la parte práctica. Esa mañana habíamos echado a rodar una vitrina, la que contiene un canasto de maquinista y “una cajita feliz”, desde la sala permanente del museo hasta el Prende. La intención de ese irreverente desplazamiento, era acercarnos al trabajo de museografía, esa tarea tan propia de los museos en la que objetos, palabras y formas de mostrar, se combinan con la misión de comunicar una historia, generar una emoción o hacernos reflexionar sobre alguna cuestión.
Nos parecía importante vincularnos con la parte del museo donde se guarda y exhibe la colección de objetos feroviarios, esa gran sala que queda a escasos 100 metros del taller Prende, pero que muchas veces, como identificamos en otras reuniones, se siente lejos, “provoca distancia” o “suena aburrido”. Este proyecto, precisamente, va en la línea de tender puentes y de estimular un ida y vuelta entre ambos espacios y todo lo que sucede en ellos.
Carlos y Nico, que están desde que Ferrowhite abrió sus puertas allá por el 2004, nos contaron de esas primeras decisiones museográficas: de por qué la vitrina (a la que llamamos “herramientero”) tiene la forma y funcionalidad de una carretilla con ruedas, o de cómo fue que se llegó a elegir el amarillo, rojo, azul y gris como los colores que componen la paleta del museo. También leímos en voz alta el texto que acompaña la vitrina, ese “medio dificilongo”, como dijo Mirta, que nos dejó pensando sobre cómo se organizaba antes, y como sucede ahora, la vida en común.
Pero esa mañana de diciembre, no sólo trajimos la vitrina para analizar cómo es su sistema comunicativo, sino también para desarmarla momentáneamente y construir una exhibición provisoria del taller Prende. Es decir, extrañar a los objetos de su tarea cotidiana, para que nos ayuden a contar, sin palabras, qué es este lugar.
Durante unos minutos, volvimos a recorrer el espacio, ahora con la misión, como indicó Julieta, de elegir un objeto que para nosotrxs “sea significativo de lo que pasa acá adentro” o de “lo que nos vincula con el taller”. Y luego, cada unx contó por qué lo había traído al “herramientero”.
Malena, por ejemplo, aportó las camisas manchadas porque “dan testimonio del trabajo” pero también “porque esas camisas son de uso colectivo, son de nadie, se comparten”. Mirta, por su parte, eligió “un pincel y un destornillador porque son dos herramientas que se utilizan en ambos lugares, como esa transición de aquella parte ´(el museo), con esta (el taller)”.
Silvia agregó el frasco lleno de lupines que trajo nuestro amigo Pedro Marto, “porque tiene muchísimo que ver con la historia de este lugar. Pedro fue de los primeros que agarró la pala, se puso a sacar el guano en dos oportunidades para recuperarlo, y creía que este lugar se iba a recuperar, así que me parece que no puede faltar.”
Analía fue por una vinculación más personal: “yo el delantal, que es lo primero que hice cuando llegué acá y eso me quedó grabado, la serigrafía. Y la costura, que es lo mío”. Y Joaquín, en un sentido parecido, eligió la casa de pájaros “porque en el último tiempo estuvimos hablando mucho de pájaros” y porque tuvo la suerte de que un pajarito eligiera la que está en su patio para hacer un nido.
Objetos, como las camisas o guantes, que van archivando en sus manchas la memoria del trabajo cotidiano. Cosas, como el mate o la tijera, que se comparten y usan colectivamente. Producciones de los talleres, como un delantal o una casa para pajaritos, que nos llevamos para conformar museos personales… Si tuviéramos que hacer un inventario de la colección del Prende, antes tendríamos que inventar las categorías para nombrarla.
Al final de la mañana, desmontamos la vitrina y volvimos todo a su lugar. Nos despedimos hasta la próxima, llevándonos el ejercicio a cuestas. Nos queda el verano para seguir pensando y buscando palabras, ideas y formas de mostrar. Es que hacer una muestra colectiva no es tarea sencilla, se necesita de mucha escucha para que esta comunidad - provisoria y cambiante que está dispuesta a trabajar junta- entre en sintonía.
Carlos y Nico, que están desde que Ferrowhite abrió sus puertas allá por el 2004, nos contaron de esas primeras decisiones museográficas: de por qué la vitrina (a la que llamamos “herramientero”) tiene la forma y funcionalidad de una carretilla con ruedas, o de cómo fue que se llegó a elegir el amarillo, rojo, azul y gris como los colores que componen la paleta del museo. También leímos en voz alta el texto que acompaña la vitrina, ese “medio dificilongo”, como dijo Mirta, que nos dejó pensando sobre cómo se organizaba antes, y como sucede ahora, la vida en común.
Pero esa mañana de diciembre, no sólo trajimos la vitrina para analizar cómo es su sistema comunicativo, sino también para desarmarla momentáneamente y construir una exhibición provisoria del taller Prende. Es decir, extrañar a los objetos de su tarea cotidiana, para que nos ayuden a contar, sin palabras, qué es este lugar.
Durante unos minutos, volvimos a recorrer el espacio, ahora con la misión, como indicó Julieta, de elegir un objeto que para nosotrxs “sea significativo de lo que pasa acá adentro” o de “lo que nos vincula con el taller”. Y luego, cada unx contó por qué lo había traído al “herramientero”.
Malena, por ejemplo, aportó las camisas manchadas porque “dan testimonio del trabajo” pero también “porque esas camisas son de uso colectivo, son de nadie, se comparten”. Mirta, por su parte, eligió “un pincel y un destornillador porque son dos herramientas que se utilizan en ambos lugares, como esa transición de aquella parte ´(el museo), con esta (el taller)”.
Silvia agregó el frasco lleno de lupines que trajo nuestro amigo Pedro Marto, “porque tiene muchísimo que ver con la historia de este lugar. Pedro fue de los primeros que agarró la pala, se puso a sacar el guano en dos oportunidades para recuperarlo, y creía que este lugar se iba a recuperar, así que me parece que no puede faltar.”
Analía fue por una vinculación más personal: “yo el delantal, que es lo primero que hice cuando llegué acá y eso me quedó grabado, la serigrafía. Y la costura, que es lo mío”. Y Joaquín, en un sentido parecido, eligió la casa de pájaros “porque en el último tiempo estuvimos hablando mucho de pájaros” y porque tuvo la suerte de que un pajarito eligiera la que está en su patio para hacer un nido.
Objetos, como las camisas o guantes, que van archivando en sus manchas la memoria del trabajo cotidiano. Cosas, como el mate o la tijera, que se comparten y usan colectivamente. Producciones de los talleres, como un delantal o una casa para pajaritos, que nos llevamos para conformar museos personales… Si tuviéramos que hacer un inventario de la colección del Prende, antes tendríamos que inventar las categorías para nombrarla.
Al final de la mañana, desmontamos la vitrina y volvimos todo a su lugar. Nos despedimos hasta la próxima, llevándonos el ejercicio a cuestas. Nos queda el verano para seguir pensando y buscando palabras, ideas y formas de mostrar. Es que hacer una muestra colectiva no es tarea sencilla, se necesita de mucha escucha para que esta comunidad - provisoria y cambiante que está dispuesta a trabajar junta- entre en sintonía.
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