martes, 4 de mayo de 2010

MECANICA WHITE: EL TALLER QUE FUNCIONO EN LA USINA INGLESA



Sigue estando ahí, escondida entre los árboles, bajo el puente La Niña, opacada por la enorme planta de silos de Terninal Bahía Blanca, cerrada, desmantelada, La Usina Inglesa.

Y no hace tanto que dejó de funcionar allí Mecánica White: ese taller fue cerrado definitivamente en 1993, cuando Talleres Bahía Blanca Noroeste (del que dependía ) pasó a manos privadas.

El 30 de abril fuimos de nuevo a recorrer la Usina, acompañados por Raúl Foresi, quien fue, durante diez años jefe de este taller ferroviario, perteneciente a la División Mecánica de Ferrocarriles Argentinos, a pesar de estar emplazado en el corazón de la zona de la Administración General de Puertos.

¿Cómo es que un taller ferroviario como este termina funcionando dentro de la usina?

Eso fue lo que nos explicó Foresi. Esta usina, inaugurada en 1908, produjo energía eléctrica hasta que entró en funcionamiento la usina Gral San Martín (el Castillo) en 1934 y mientras perteneció a la empresa Ferrocarril del Sud en ese taller - en ese entonces llamado Mecánica Muelle - se hacía toda la reparación de las dragas, remolcadores y chatas barreras, guinches, cabrestantes y motores de los elevadores del puerto. Después de la nacionalización de los ferrocarriles, y la posterior creación de la Administración General de Puertos en 1954, la división eléctrica de la usina siguió ocupandose de los guinches, pero la división mecánica pasó a depender de la empresa Ferrocarriles Argentinos. Criques para levantar vagones y locomotoras, chatas automobileras, cajas de seguridad para la recaudación de las estaciones ferroviarias, extinguidores para toda línea Gral Roca, motores eran los trabajos que se hacían en este taller.

Raúl nos mostró la sección de los balanceros, la división electrica -donde estaban los tableros y los generadores que distribuian la corriente continua a los guinches de los muelles y nos detuvimos extensamente, recorriendo cada rincón de la división mecánica: tornos, fresadoras, agujereadoras, movidos por un complejo sistema unificado de transmisión; la oficina del capataz y el comedor.

El gesto y las palabras de Foresi van reponiendo nombres, ruidos, voces y movimiento; al hablar del ritmo cotidiano de trabajo parece, al menos por unos minutos, devolverle algo de su vitalidad y su calidez; y caminando a su lado -mientras va de su torno al pequeño almacén local, o de la oficina del jefe al comedor-, la distancia se experimenta no como vacío a ser salvado sino como un espacio pleno en el que es imposible que la sangre no circule y el frío te adormezca.

Esa es la diferencia entre el recorrido que hicimos hace dos años y este. Aquel fue un recorrido arqueológico, a través de una ruina, este fue un recorrido que tuvo en cierto modo una potencia revitalizante. No alcanza con pensar un hermoso edificio de cien años como un bello conjunto arquitectónico y patrimonial: el bello edificio vale y tiene que ser preservado por las historias que guarda y lo que todavía se puede hacer con él.

Sobre la visita anterior, acá

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