lunes, 13 de febrero de 2012

LA CARROZA PROHIBIDA (INGENIERO WHITE, 1911)

“El carnaval es la fiesta más vieja del mundo” sentencia Cacho Mazzone apenas pone un pie en Ferrowhite, bien temprano a la mañana,  y varios entre los que acá aprontan preparativos para el Carnaval de la Marea, asienten con él. Aunque tampoco falta en este museo taller quien afirma que el carnaval resulta, además, la fiesta que “con el tiempo más ha cambiado”. Todos concuerdan, sin embargo, en que algo persiste de época en época y de un barrio al otro: la impresión de que durante esas noches previas a la cuaresma, la vida habitual se pone un poco patas para arriba, y con ella el orden establecido, como si detrás de la máscara fuera posible reírse del maquillaje solemne con el que las jerarquías intentan disfrazar lo que no es justo o igual para todos.  

Algún otro, con tales y tales libros a mano, dirá que el carnaval es una transgresión pautada por ley, esa excepción que confirma las reglas. Pero, siendo ya las 9 y 30, nada borra nuestra sospecha de que entre fiesta y autoridad ha existido casi siempre una relación tensa, de tire y afloje. A manera de prueba, Hector Guerreiro exhuma esta imagen del archivo, que enlaza la historia ferroviaria a la historia, todavía por contarse, de los carnavales en la ciudad.

Para Guillermo Tellarini, referente de Vía Libre, la murga que nos va a acompañar el próximo sábado 25, aún está fresco el recuerdo del decreto 21.319 con el que el que la última dictadura militar prohibió los feriados de carnaval, y la persecución que por aquellos años sufrieron muchos murgueros, en virtud de lo que las letras de sus canciones se animaban a denunciar. Es interesante pensar todo esto en tiempos en los que esta celebración, con fuerte raíz barrial, es auspiciada por el propio Estado Nacional, en el que una Delegación y dos museos municipales colaboran junto a los vecinos y sus organizaciones para activar el carnaval, con sus voces y sus disensos, en las calles del puerto.

Pero ¿Por qué habrá prohibido la policía que circulara por White aquella falsa locomotora? ¿Acaso en aquel tiempo las empresas ferroviarias y el negocio de la agroexportación al que se debían, eran entidades casi sagradas, de cuyos unánimes beneficios y condición magnífica no convenía ni siquiera dudar? ¿De qué cosas no se puede dudar hoy? “Por más que aguzamos el ingenio no le vemos la punta” a la cuestión, pero prometemos insistir con la pregunta. Por el momento, dejamos el recorte pinchado en una esquina del pizarrón, justo al lado del presupuesto de los panchos y las gaseosas para los chicos de la murga. Fin de la conversa. A trabajar.

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