jueves, 22 de marzo de 2018

AL PUERTO A LABURAR

"¡Andá laburar al puerto!" Picante, la frase reaparece, cada tanto, en la conversación cotidiana, un aguijón en la punta de la lengua de todo aquel que, con sarcasmo, tilda a algún otro de vago, perezoso o haragán. En sólo cinco palabritas, condensa las premisas de una ideología que se hace llamar cultura, la "cultura del trabajo". Asume, por un lado, que un trabajo sólo es verdadero en la medida en que involucra una exigencia física de carácter agotador ("¡Dejate de embromar, laburar es hombrear bolsas en el puerto!") y, por el otro, que en el puerto siempre hubo, hay y habrá trabajo para todo el mundo. O sea, para decirlo con otra frase del mismo repertorio meritócrata, "que el que no trabaja es porque no quiere", y que eso, claro, está mal, muy mal, porque cuando no contagia el deseo que convendría, el trabajo representa un deber, y su falta, una falta de índole moral. ¿Pero es así? ¿Es el puerto ese lugar en el que pleno empleo y pleno esfuerzo, en el que salario y sudor, van felices de la mano? ¿Acaso lo fue alguna vez? ¿No fue siempre también territorio para la farra corrida y la vagancia, un sitio lleno de expertos en pasarla bien

Ferrowhite nació como un espacio dedicado a la vivencia de personas que podían llegar a trabajar en un mismo lugar durante décadas. En el ferrocarril, en la Junta Nacional de Granos, en las usinas no sólo se aprendía un oficio. Ahí los laburantes también se volvían "socios", "camaradas", "correligionarios", "compañeros", para defender un reclamo, gestionar un comedor o levantar un hospital.

Hoy los trabajadores de este puerto compiten por ser el empleado del mes, se rigen por convenios que ya no son colectivos sino "por sector", y comen lo que otros preparan. Hace rato que en la "sociedad de consumo", el proletariado se convirtió en "precariado". No es sólo que el empleo de calidad se reduce y los niveles de informalidad crecen. El mundo laboral, a su vez, se diversifica. Astilla la imagen monolítica de la vieja "clase trabajadora" en mil identidades que no siempre encuentran en la arena sindical o política su plena representación. Hoy, el trabajo resulta más incierto que nunca. En particular, si hablamos del trabajo de las mujeres, estadísticamente peor rentado y, en muchos casos, ni siquiera reconocido como tal.

¿Se podrá llevar algo de todo esto a las salas de un museo? En eso estamos.






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