lunes, 27 de junio de 2011

ROBERTO CARLOS, CAMBISTA


Lo mío era ir y venir, dentro del taller, de punta a punta, no me lo bancaba eso de estar encerrado en un galpón.

Esto dice Roberto Carlos Gonzalez, quien empezó a trabajar hace un par de meses como personal de mantemiento en Ferrowhite.

Entró en Talleres Bahía Blanca Noroeste en 1978, y después de haber estado un tiempo como peón, ayudante en la sección fundicion, en montaje, y también en tornería, Roberto pudo ocupar la vacante que más quería: ser cambista, estar en la maniobra. Acompañando al capataz y al cabecilla (que iban en la locomotora), él y sus tres compañeros iban encaramados en el "torpedo", de arriba abajo en el taller, entrando o sacando los vagones que iban a montaje o a pinturería, llevando el gasoil o el petroleo a la herrería, o llevando los vagones con materiales al nuevo Almacén Local: había que engancharlos, o desengancharlos, armar los cortes, llevarlos hacia la playa de Juan Molina, o entrarlos desde la playa que estaba al lado de la estación Noroeste.

El taller tenia una bajada, como una pendiente, de Juan Molina a Rondeau, si se te iba un vagón, correte, agarraba una velocidad... Una vez se nos escapó un vagón, entrando a montaje, entró  con portón y todo, pero como ya sabían todos que venía un corte, no había nadie, pero si vos no avisas, hacés un desastre; una vez que avisas, se van todos no queda nadie, sacan los cables, todo las mangueras esas de tension, los que se ponen para cargar los frenos, o cables de electricidad, los cables de las portátiles.

Otra vez se nos escapó la pilota anaranjada, la Cokerill, tenía un seguro, dice el muchacho "yo tengo que ir a la oficina a buscar un papel", la dejó y no quedó nadie: el fue para alla, yo aproveché a hacer mis cosas. No va que se zafa la palanquinta y se pone marcha atrás y agarra para el lado de Rondeau, la pendiente. A la altura de Patricios empezó a agarrar velocidad, ese fue el peor día negro que tuve en el ferrocarril, porque cuando llego a Rondeau los abrió los portones, pasó de largo, ¿sabés a donde fue a parar? Debajo del puente Colón.  Podría haber sido un desastre...
 
Hasta que llegaron los retiros voluntarios, el vaciamiento progresivo del taller y el fatídico telegrama del 30 de abril de 1993:  a las 13.45, llegó, la hora y todo me acuerdo. Al día siguiente, que era el primero de mayo, fue el día mas triste de mi vida, el dia del trabajador, yo ya no tenia más trabajo, me pagaron un año, cobré el fondo de desempleo, a mí me cortaron las piernas, podría tener ahora más de 30 años de servicio.
 
Todavía no sabemos cuánto vamos a conversar, aprender y trabajar con Roberto Carlos Gonzalez. Él viene al museo todos los días a la tarde.

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