jueves, 9 de diciembre de 2021

UN BOSQUE EN RUINA



Sobre la madera de un ciprés caído, Juan Rey talló réplicas a escala de tres ventanas de la torre del Castillo. A primera vista, lo que se propone Juan parece simple. Pero quien preste un poco de atención a sus obras, comprenderá que lo que tiene delante es algo muy distinto a una mera copia.
Juan no esculpe esas ventanas tal cual las dibujó sobre el plano José Molinari, el arquitecto que diseñó la usina a fines de los años 20 del siglo pasado, sino tal cual lucen hoy, a más de 30 años del cierre y posterior desguace de la central eléctrica. Juan esculpe fragmentos de una ruina. Pone en relación el edificio desmantelado con un árbol seco, las marcas en la piedra con los anillos de la madera.

Con sus ventanas, Juan abre un pasadizo. Nos invita a contemplar el tiempo de las construcciones humanas en perspectiva con los tiempos de eso que llamamos naturaleza. Y al revés, imagina la posibilidad cierta de una naturaleza que, atravesada por la historia, se convierte en ruina. Como pasa con el Castillo, sus esculturas tienen la fuerza de una aparición, la presencia inquietante de lo que parece cercano y distante a la vez.


En las ruinas cada época mira hacia el enigma de su pasado. Sin embargo, también es posible pensar que en esos restos anida la pregunta por el futuro. Las ruinas nos devuelven una imagen de nuestra propia caducidad. En su capacidad asombrosa para capturar el detalle, estas tallas vuelven tangible una experiencia de pérdida, la percepción de que algo se nos escapa en lo que vemos. Como si la escultura no buscase fijar las cosas fuera del tiempo sino apenas su impermanente devenir.

Fabricar estas ventanas es fabricar un punto de vista. Modelar un umbral por el que el ojo se abisma entre la mole y su modelo, entre el afuera y el adentro, entre el Castillo que vemos y lo que -si no estuviera cerrada- veríamos desde la usina, entre lo que en ella se viene abajo y lo que todavía queda en pie. Porque no sólo observamos estas esculturas, miramos a través de ellas y, en ese salto al vacío, algo a través de ellas nos mira para, tal vez, pedirnos explicación.


Separada del conjunto, reducida en tamaño, cada ventana adquiere el porte de un pequeño altar. Un altar portátil para un castillo vagabundo. La idea de Juan es que su obra procesione, circule por casas, comercios, clubes y escuelas, llamando la atención sobre la usina en sombras y la necesidad de su puesta en valor. Pero se trata de un altar sin santo. Sin una estatuilla sagrada que nos garantice a dónde conduce ese “más allá” que asoma ahí donde el torno convierte a la madera macisa en una lámina delgada, finísima, capaz de atrapar la luz.

“Un bosque en ruina” puede verse en la Casa del Espía, de lunes a jueves, de 9 a 13 hs., los viernes, de 9 a 17 hs., y los domingos, de 16 a 20 hs. Las imágenes de esta publicación son de Juan Pablo Ferlat.

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