domingo, 30 de noviembre de 2014

10


El día amaneció con lluvia. Nos pasó tantas veces que ya perdimos la cuenta. “¿Se suspende?”. De ningún modo. Acá las cosas piden ser hechas más de una vez a marcha forzada, a paso de cangrejo, “contra viento y marea”. ¿Por qué con la fiesta de nuestros primeros 10 años iba a ser distinto? Así, los invitados tempraneros nos encontraron arrastrando cables, acomodando sillas, reboleando tablones y caballetes, a pesar del frío. Porque esa era la idea. Una fiesta en la que celebrar haciendo, que es lo que para nosotros sugiere la idea de un museo taller.



Todos a sus puestos: Cacho Mazzone te recibe en la entrada y te da la “información de sitio”; Zulema y Sabrina te entregan el folleto del museo y Pedro Marto, con traje y gorra de guarda, te pica los boletos que los amigos de ABTE (Agrupación Boletos Tipo Edmondson) imprimieron y nos regalaron (qué capos) con la consigna “el museo como herramienta”. Luego de la bienvenida, acaso siguiendo los consejos de Roberto Orzali, organizás tu recorrido: primero, avistaje de aves en la Rambla de Arrieta con la compañía experta de los amigos guardaparques Daniel, Martín y Patricia. Después, una pasadita por el taller de serigrafía en donde Silvia, Malena y Jimena te esperan con la tinta y el shablon listos para estampar lo que traés puesto, desde una remera a una ¡mantita de bebé! que apareció por ahí. Más tarde, subís a admirar la supermaqueta ferroviaria de Héctor Guerreiro, o aplaudís a los cantantes del taller que coordina Sarita Cappelletti en la Siempre Verde, o te das una vuelta por la Casa del Espía para bailar un tango con Sergio y Adriana, o para entonarlo junto con Rosana Soler mientras, detrás del mostrador, Rodolfo y Carla te tientan con unas empanadas.



No sabemos qué de todo esto hiciste, pero estamos seguros que quiet*, lo que se dice quiet*, no te quedaste. Y todavía no habías visto nada. No habías visto la foto gigante que descubrimos junto a Cacho Montes de Oca y Daniel Águila recién pasadas las nueve. La imagen de una celebración multitudinaria en Talleres Maldonado que tomó Daniel, con ojo de Águila, a fines de 1975, y que hoy, colgada de una pared del museo, invita a pensar que un trabajador nunca es sólo un trabajador, aquello que hace por un salario, sino también “lo que desea y lo que teme, qué come y cómo baila, las cosas por las que brinda y aquellas por las que lucha”.


Cacho y Daniel, que fueron compañeros en Maldonado, volvieron a abrazarse casi cuarenta años después en esta otra fiesta, en este otro taller. A su alrededor, había muchos otros ferroviarios, también portuarios y trabajadores de las usinas que en este tiempo nos han brindado infinitamente más que su testimonio. Con ellos levantamos la copa de sidra que Ida, Caty, Nora, Nenucha, Tití, Yamila y Ana, las “amigas del castillo”, convidaron a diestra y siniestra. Pedro Caballero hizo sonar, ensordecedora, la bocina de una locomotora GT 22, y entonces sí, bajo el 10 enorme que izamos con un guinche, cantamos el “feliz cumpleaños”, cortamos la torta que cocinó la Pochi y decoró el Bocha, escuchamos los saludos de Patricio Larrambebere, Eduardo Molinari y Marcela Sainz, las palabras (menos protocolares que desafiantes) de nuestro director Reynaldo Merlino, y dejamos que los amigos de Swing Gitan nos pusieran a mover la patita con su jazz gitano, haciendo sonar un serrucho como un violín.



En conclusión, una fiesta “surtida”, como dijo Pedro Marto, cuyo armado diverso representó quizá lo que ha sido este espacio en los últimos 10 años. Un museo que, bajo la creencia de que es posible -e incluso necesario- volverse otra cosa, se convirtió de acuerdo con la ocasión en salón de baile, sala de conciertos, taller de serigrafía, fonoplatea, corsódromo, mecano, balneario contaminado, panadería, peluquería, escenario teatral…

Justo cuando estabas por irte, abrimos las puertas del castillo. Con una batucada improvisada por los chicos del Envión de Saladero sobre tambores plásticos de 200 litros, te recibimos en una especie de capilla armada para prenderle una vela a San Atilio. Cacho Romero y Julieta te entregaron una estampita y por las escaleras rotas, marcadas por el desguace, procesionaste hasta llegar al primer piso. Allí, en una oficina abandonada, Daniel repetía una y otra vez la historia reciente de los intentos (y fracasos) de recuperación de ese edificio patrimonial. Una historia que abarca la del museo, pero que no está cerrada. Lo que viste en la nave central (y la cara que, según Guillermo y Pol, pusiste), ahí donde durante tantos años funcionaron las turbinas Brown Boveri y Franco Tossi, mejor no te lo contamos. Mejor, te invitamos a que vengas de nuevo dentro de poco.



Entre otras tantas cosas, celebramos el haber recuperado parte del complejo de la ex usina General San Martín tras la década neoliberal, así como también la tarea de los ferroviarios que se organizaron para rescatar los más de cuatro mil objetos que hoy forman la colección de Ferrowhite. Celebramos además la posibilidad de rehabilitar la memoria del trabajo ferroportuario, o al menos de generar las condiciones para preguntarnos cómo fue que llegamos hasta acá y cómo sigue esta historia. Pero también festejamos marcando lo que falta: salir al mar y entrar al castillo. Porque si en estos diez años ganamos algo, acaso en el inventario no se pueda dejar de contar la capacidad para pensar (e intervenir, en modesta medida) en lo que pasa a nuestro alrededor: en la ampliación del complejo portuario e industrial; en el estado del castillo; en la crisis de la pesca artesanal; en los escapes de cloro; en los índices de desocupación de la ciudad; en la emergencia en la que aún se encuentran la mayoría de los servicios ferroviarios de pasajeros; en el glifosato y el asbesto; en Vaca Muerta y la tragedia de Once.



Si algo de todo esto ha tenido eco, quizás sea porque nuestros problemas, áreas de conflicto y de interés son, de alguna manera, compartidos. Los compartimos con vos, por ejemplo, que viniste. O vos, que estás leyendo esta crónica imposible. Los compartimos con aquellas personas que pusieron su saber hacer, tiempo y compromiso en la cantidad de eventos, visitas escolares, talleres, obras de teatro, charlas, muestras, vacaciones de invierno, noches de los museos, congresos, fines de semana, ferias, carnavales que han tenido lugar en este sitio específico, logrando así que este se volviera un museo de laburantes: ferroviarios, estibadores, marineros, portuarios, pescadores, docentes, periodistas, estudiantes, colaboradores, mimos, artesanos, profesionales de la salud, diseñadores, fotógrafos, clowns, músicos, artistas plásticos, ferroaficionados, maquetistas, bricoleurs, entrevistados, visitantes, choferes, compañeros municipales, empleados de comercio, cantantes, sonidistas, colegas de museos, investigadores, psicólogos, químicos, actores, acróbatas, técnicos, vecinos, comerciantes, almaceneros… (perdón por no nombrarlos uno por uno, pero la lista sería extensísima e inevitablemente incompleta).

Y lo compartimos también con quienes “pusieron el cuerpo (la cabeza y el corazón)” a lo largo, ancho y profundo de esta década. “Trabajadores de museo” que forman o han formado parte del equipo de esta institución, bajo condiciones laborales y salariales a veces menos estables que precarias:

Reynaldo Merlino, Cristian Peralta, Gustavo Monacci, Nicolás Testoni, Carlos Mux, Marcelo Díaz, Fabiana Tolcachier, Rodolfo Díaz, Ana Miravalles, Adolfo Repetti, Esteban Sabanés, Lucía Cantamutto, Silvia Gattari, Guillermo Beluzo, Héctor Guerreiro, Zulema Soria, Natalia Martirena, José Pacheco, Yesica Peluffo, Pamela González, Roberto Firpo, Emilce Heredia Chaz, Nicolás Seitz, Julieta Ortiz de Rosas, Carla Volonterio, Roberto Carlos González, Analía Bernardi.

A todos, gracias totales. Vengan cuando quieran, esta es su casa.

jueves, 27 de noviembre de 2014

UNA FIESTA EN EL TALLER



El sábado 29 de noviembre, desde las 18 hs., festejamos -aunque nos mojemos- nuestros primeros 10 años dedicados a la historia del trabajo ferroviario y portuario con una gran fiesta en el complejo de la usina General San Martín a la que están todos invitados. Si llueve nos quedamos adentro que espacio no nos falta. Vení que seguro terminamos haciendo el trencito.

EL MUSEO COMO HERRAMIENTA
Ferrowhite es un museo taller. Un lugar en el que las cosas, además de ser exhibidas, se fabrican. ¿Y qué produce un museo taller? Un museo taller genera herramientas. Útiles para ampliar nuestra comprensión del presente y, por tanto, nuestra perspectiva del futuro, forjados en la labor con objetos y documentos del pasado, pero también en el cuerpo a cuerpo con la experiencia vital de cientos, miles de trabajadores ferroviarios y portuarios que forman parte de, y le dan forma a, esa historia. Eso dice el folleto que te damos en la entrada y eso más o menos es lo que intentamos, a pesar o en razón de que casi siempre nos sale otra cosa. No es fácil contar de qué va Ferrowhite. Un año en este museo tiene 36 meses, un montón de mañanas todas distintas. Un día toca montar con lupa las miniaturas que el mecánico ajustador Carlos Di Cicco talló en taquitos de madera y al otro cinchar con un torno que pesa más de cuatro toneladas. A lo largo de la última década, sin que sepamos cuánto de libertad, de azar y de necesidad hay en todo esto, Ferrowhite funcionó alternativamente como salón de baile, sala de conciertos, gabinete historiográfico, escenario teatral, taller de serigrafía, balneario contaminado, corsódromo, mecano, panadería, peluquería, café bacán, e incluso, como un museo.

LA HISTORIA QUE NOS TRAJO HASTA ACÁ
Ferrowhite cumple una década en noviembre de 2014. Su itinerario, sin embargo, forma parte de una trayectoria institucional más extensa. El museo abrió sus puertas el 6 de noviembre de 2004, luego de dos años dedicados a la recuperación del Taller Regional de Mantenimiento de la ex usina General San Martín. El taller, que había dejado de funcionar a fines de 1988, fue desguazado junto con la usina luego de la privatización de la empresa provincial de energía eléctrica a fines de los noventa. Su puesta en valor, propiciada desde el Museo del Puerto de Ingeniero White a través de un subsidio de la Fundación Antorchas, tuvo por primer objetivo alojar una colección de objetos que un grupo de ferroviarios encabezado por Adolfo Repetti había puesto bajo el resguardo de la municipalidad, luego de que los ferrocarriles argentinos pasaran también a manos de concesionarios privados. De ese modo nació Ferrowhite como un museo autónomo. Martillos, tornos y tenazas; escariadores, sierras y bigornias; caladores, cuchillos y piedras de afilar… No se imaginan lo que pesaban esas herramientas cuando hubo que hacerse cargo de su traslado. Al aceptarlas, estábamos asumiendo como propia la demanda no sólo del grupo de ferroviarios que las había “salvado”, sino de un sector mucho más amplio de la sociedad, de reconstruir una historia compleja que corría el riesgo de desaparecer junto con ellas. Puede que por eso pesaran tanto. Ahora bien, el equipo del museo hubiera sido incapaz de empezar a dar cuenta de esa historia en soledad. Necesitaba para ello de la colaboración efectiva de todos aquellos que de un modo u otro formaron y forman parte de la vida del ferrocarril, de los elevadores, los muelles y las usinas de este puerto. Es eso lo que nos ha llevado a golpear la puerta de nuestros vecinos, pero al mismo tiempo lo que ha hecho que algunos de esos vecinos terminaran considerando al museo como su propia casa. Comenzamos haciendo entrevistas bajo los protocolos de la "historia oral" y terminamos comprometidos con nuestros entrevistados en el armado de muestras, obras de teatro, artefactos extraordinarios y fiestas de carnaval que no sólo dan cuenta del pasado de una comunidad sino que, de algún modo, intentan incidir sobre su presente.

UN MISMO EQUIPO CON CAMISETAS TODAS DIFERENTES
Libros y bolsas para las compras, balsas y videos, teatro y cajas para herramientas... Ferrowhite produce implicando en esa producción a un mecánico de locomotoras con un arquitecto, a un videasta con un buzo, a un municipal con una costurera, a una licenciada en historia con un estibador. Personas que llevamos adelante en este lugar actividades que derivan pero al mismo tiempo están más allá, o más acá, tanto de las habilidades pulidas a lo largo de nuestra vida laboral, como de las rutinas que la industria de la cultura programa para nuestros ratos libres. ¿Hará falta decir que, en vista de nuestra variada condición de clase, género, edad, nivel de ingreso o educación, y en virtud de nuestra pertenencia o no a los estamentos municipales –o del lugar que cada uno ocupa dentro de ellos-, los miembros de este “colectivo” casi nunca estamos de acuerdo; que la discusión, más allá de las buenas intenciones, nunca es de igual a igual; que incluso la posibilidad misma de que la discusión suceda no es algo que podamos dar por descontado? Porque Ferrowhite, esto también hay que decirlo, no es hijo del acuerdo espontáneo de sus integrantes, sino el resultado de la constante, muchas veces ardua negociación de nuestras diferencias. Hay quien piensa que con conocer con más precisión la historia de este sitio, previniendo así las generalizaciones apresuradas y los mitos que esas generalizaciones fundan, alcanza y sobra. Está quien reclama, en cambio, que este museo estatal vale sobre todo por las intensidades que genera, por la capacidad de transformar al visitante, aunque sea por un rato, en un artífice. Y la verdad, importa menos decidir quién tiene razón, que el pequeño milagro de que sigamos trabajando alrededor de una misma mesa. La historia de este museo es también la historia de nuestra variable capacidad para convertir nuestras discusiones en una potencia. Y lo increíble es que a veces funciona.

DAILOFF


Los protagonistas de la foto tomada a fines de 1975 en Talleres Maldonado, imagen que el sábado vamos a descubrir en la muestra de Ferrowhite, no dejan de aparecer. Andrés Dailoff, junto a su señora Tita (Petrona Elena Zarich), se reconoce en ella de inmediato, enumera todos los nombres de los compañeros de trabajo (los vivos, y también los que ya han fallecido) y se reencuentra con su propia historia, una historia que, como todas, está llena de vicisitudes, tensiones, alegrías y también decepciones profundas. De eso se trata este trabajo: no de mistificar el pasado, edulcorándolo con nostalgia y clichés encantadores, sino de elaborarlo y resignificarlo y transformarlo en potencia para seguir adelante.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

jueves, 20 de noviembre de 2014

TAPADOS DE TRABAJO


El próximo sábado 29 festejamos los 10 años del museo y estamos a pleno con los preparativos.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

OJO DE ÁGUILA


- A ver si te encontrás acá en la foto, le digo a Daniel Aguila (mecánico y soldador en Talleres Cnel Maldonado desde 1970).
- Pero si esta foto la saqué yo, mamita!

Así, sin proponérnoslo, dimos nada menos que con el fotógrafo que tomó la imagen que el día 29 de noviembre será oficialmente inaugurada en la muestra de Ferrowhite (museo taller). Daniel llegó a los 17 años de Chile, trabajó en la construcción, en el campo (en Pedro Luro como cosedor de bolsas de alfalfa y tractorista) y como ferroviario, hasta hace unos pocos meses, en Talleres Cnel Maldonado. Pero no fue solamente ferroviario. Durante diez años se dedicó también a la fotografía: cumpleaños, casamientos, bautistmos, y desde ya, las fiestas y reuniones con sus compañeros de trabajo en el Taller y en el Club La Armonía. Muchas de las fotos que tenemos en nuestro archivo fotográfico ahora venimos a saber que fue él quien las sacó. ¿Habrá más dando vueltas por ahí?

miércoles, 5 de noviembre de 2014

VAN APARECIENDO

De a poco van apareciendo los protagonistas de la foto de la fiesta en Talleres Maldonado. Vino a visitarnos Roberto Buiani, quien todavía trabaja en los Talleres y, para nuestra sorpresa, se encontró a sí mismo en la imagen, "con más pelo que ahora".


martes, 4 de noviembre de 2014

AL TACHO


El domingo pasado inauguramos en La Casa del Espía una muestra en la que nuestro compañero Guillermo Beluzo retrata los canastos de basura que pueblan las veredas de nuestra ciudad, cosa que supone atender al ingenio de aquellos que los construyen pero también a los incómodos interrogantes que los modos de generar y tratar la basura convocan. La respuesta no tardó en llegar. Esta mañana pasaron por la muestra Jorge Blanco, jefe del área Talleres de la Escuela de Educación Secundaria Técnica 1 de Ingeniero White, junto a Luciano Mezqer y Alan Algañaraz, alumnos de segundo año de polimodal, y nos regalaron 3 cestos de basura especialmente confeccionados en la escuela para el parque del castillo y la Rambla de Arrieta. Sorpresa. Emoción. Qué otra cosa decir más que dar las ¡gracias!