viernes, 25 de noviembre de 2011

EL CASTILLO DE LA ENERGÍA

Conocimos a Nicolás Ángel Caputo a principios de agosto, una de esas mañanas frías, de cielo apagado, difíciles de pasar en este museo que ocupa el espacio de un taller a veces imposible de templar. Pero podría decirse que Ángel ya estaba acá antes de que nosotros llegáramos. Él y su hermano José trabajaron toda la vida en la Usina General San Martín.



En algún momento de aquella primera la charla, Ángel nos dijo: “[De esta usina] yo tengo para contar, para hacer un libro, poco más”. Así, con un comentario al pasar, podría decirse que empezó una idea que ha ido tomando forma a lo largo y ancho de estos meses: escribir juntos una historia de la usina General San Martín, una historia de la usina contada desde el particular punto de vista de unos de sus trabajadores, a la que Angelito ya le encontró un nombre: El Castillo de la Energía.

ANGELITO
Desde entonces, nos hemos reunido con Ángel con la regularidad que las visitas escolares nos permiten. Después de varias entrevistas, de mirar videos y fotos, de recorridas por el interior del castillo y sus alrededores, estamos en condiciones de esbozar una primera respuesta para una pregunta fundamental para nuestro proyecto: ¿Quién es Nicolás Ángel Caputo?

Angelito, como le dicen sus amigos, nació el 18 de septiembre de 1935 en Ingeniero White. De pibe, trabajó como repartidor en un almacén, como ayudante en una carpintería y como empleado en una carnicería. Luego fue embolsador en el puerto de Ingeniero White, hasta que un día su padre, que trabajaba en el Ministerio de Obras Públicas, le dijo que el trabajo con el cereal, palabras más palabras menos, era “pan para hoy y hambre para mañana.”

Por eso, en el año 1958, Angelito presentó dos solicitudes: una para emplearse en el ferrocarril, la otra para entrar en la usina. Y, oh dilema –eran otros tiempos-, lo llamaron de ambos lados. Con la tranquilidad que algunas decisiones ameritan, Ángel comparó las 8 horas repartidas en dos turnos del ferrocarril, con las 7 horas corridas de la usina y se decidió sin dudar por el mundo de la energía.

Es que una hora menos de trabajo y no parar al mediodía, representaban al cabo del día unas cuatro o cinco horas más de descanso, imprescindibles para salir airoso del ritmo que las presentaciones casi diarias marcaban en su vida de baterista. Porque, faltaba contarles, Ángel también es músico. Y por aquellos años, uno con orquesta propia: “Héctor y su bambino”, conjunto que había creado con su amigo Jorge Abramosky para amenizar durante las noches de verano los bailes de los clubes Huracán y Comercial.

PEÓN, BOMBERO, BUZO, MECÁNICO Y CALDERERO
Eligiendo el trabajo en función de aquel verano, Ángel decidió, quizás sin saberlo, toda una vida. Entró de peón para la limpieza de los canales de agua salada, “por tres meses y provisorio” y se quedó en la usina treinta y tres años. Trabajó en la guardia de bombero (para encender las bombas que llevaban el agua potable a los tanques que estaban en la azotea del castillo). Y junto con Atilio Miglianelli fueron, hasta el cese de la central, los buzos que se encargaban de cerrar las compuertas de los canales.

Pero donde más tiempo estuvo, como medio oficial, oficial especializado y capataz, fue en las secciones de calderas y de máquinas. Será por eso que hoy, veintiún años después de haberse jubilado, Ángel todavía puede describir con precisión los intrincados circuitos de agua tratada, de combustible y de agua salada, puede dibujar de memoria el eje de la turbina o explicar cómo se colocaba la compuerta para el canal quedara bien cerrado.

HISTORIA COMPARTIDA
La historia de la usina en la versión Ángel no se reduce, sin embargo, al funcionamiento de las calderas o al inventario minucioso de cada sección. Su memoria ‘técnica’ se entrelaza con otra que hace de este edificio algo distinto del mero mecanismo que proveía de electricidad a toda Bahía Blanca. Para Ángel la usina es, además de un “castillo”, una casa, el techo que reúne el recuerdo de todos sus compañeros. Por eso, entre los ruidos ensordecedores de la turbina o el papel españa que se colocaba en los cojinetes, hay palabras también para las carreras de bicicletas, los mates a escondidas, los partidos de fútbol cada 13 de julio y las bromas pesadas como las tapas del condenso.

Con el mismo nivel de detalle con el que repasa el funcionamiento de la usina, Ángel intenta que la lista de compañeros (que en algún lugar del libro tiene que estar) sea lo más completa posible. Por eso, algunas tardes visita el Sindicato Luz y Fuerza para corroborar o corregir la ortografía de cada apellido y para consultar por los nombres que no recuerda. Porque si bien esta historia del castillo será una historia atravesada por su experiencia de trabajo, Ángel tiene muy claro que esa experiencia no hubiera sido posible sin la de sus demás compañeros.



Y esta semana, que Ángel vino con sus armónicas para ensayar un par de temas con los chicos de “Salvemos el castillo”, esa experiencia colectiva de la historia de la usina parece que corresponde no sólo al pasado, sino también, a su presente y porvenir.

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