domingo, 6 de marzo de 2011

VAMOS

Chau, me voy, llego tarde al museo. Una cosa nada más, antes de salir, sobre algo que se escuchó o leyó por ahí. La Rambla de Arrieta no opone la “cultura” a la “producción”, o el “pasado” al “presente”. Supone, por el contrario, una gran oportunidad para, con la malla puesta, poner en perspectiva histórica el sentido atribuido a estas palabras por quienes inventan esa oposición para ubicarnos en el lugar que mejor les conviene.

Nada que ver con estar en contra de la “producción”. Ferrowhite se define como un museo que además de exhibir objetos los produce. Y no de cualquier manera. Ferrowhite produce implicando en esa producción a algunos trabajadores de este puerto. No a masas concientizadas. No a una clase “para sí”. Personas, apenas. Laburantes que llevan adelante en el museo actividades que derivan pero al mismo tiempo están más allá, o más acá, tanto de las habilidades pulidas a lo largo de su vida laboral, como de las rutinas que la industria de la cultura (o sea, del consumo) programa para sus ratos libres. Quienes de una u otra forma participamos de este museo, tanto los que cobramos un mango por esto -diferencia por lo demás crucial- como los que no, no buscamos negar la “producción”. En qué cabeza cabe. Simplemente nos valemos de nuestro quehacer para preguntar, a la luz de la historia de este, nuestro lugar en el mundo, de qué producción nos hablan y cómo se reparten los beneficios y perjuicios engendrados por ella.
 


Quienes levantan un muro entre la “producción” y la “cultura” para intentar ubicarse a resguardo de estas preguntas incómodas, quizás olvidan o esperan que olvidemos el ingente esfuerzo de producción simbólica que requiere volver aceptable el modelo productivo día a día impuesto en la zona. Cómo tornar legítimo, aceptado por una mayoría, el reparto desigual de las oportunidades y los riesgos derivados de la actividad del complejo agropetroquímico radicado en este puerto, cómo concentrar las ganancias y al mismo tiempo socializar las pérdidas de manera que parezca exactamente lo contrario, es una pregunta cuya respuesta vale en Bahía mucho más que un millón.

A su elaboración concurre no solo la astucia de los gerentes de relaciones públicas de las compañías. Fabricar tal consenso es una tarea política que involucra a las empresas trasnacionales en un vasto proceso de ingeniería social cuyos eslabones -programas de RSE, agencias de publicidad, medios de comunicación, institutos de investigación científica, asociaciones profesionales, ONGs, bienintencionados fomentistas…-, lejos estamos de conocer bien. Una trama intricada de la que, lamentamos decepcionar a alguno con esto, tampoco este museo estatal puede reclamarse al margen, en la medida en que es la definición del propio rol del Estado (justo cuando celebramos su recuperado protagonismo) la que se encuentra en juego en todo este asunto.

Por eso, nos encanta la idea compensatoria de ese “paseo del humedal” tan lejos de White, pero tenemos la obligación de avisarles, antes de partir, que la Rambla de Arrieta no es eso. En la idea de esta rambla no se protege solo el paisaje “natural”, tampoco exclusivamente el patrimonio arquitectónico, el horizonte marino, o la memoria de los que se bañaban en estas aguas. Se defiende la posibilidad de una construcción colectiva en la que naturaleza e historia, cultura y economía, lo repetimos, no pueden entenderse en abstracto, ni por separado.





Ahora, hecha la aclaración, como decía mi viejo cada vez que se calzaba su carterita de contador público nacional debajo del brazo: me rajo. No sé si saben, pero las cabezotas con las que vamos a desfilar en un rato están hechas con papel de diario. Vengan a verlas. Ojalá alguno se anime a bailar con ellas. Han adquirido su fisonomía un poco grotesca a partir de la superposición de decenas, centenares de páginas de prensa. Pliegos de edición reciente en los que se podía leer, por ejemplo: “Dreyfus ya mueve la economía local”, “Absa vuelve a pedir solidaridad” o “Sin ofertas para [construir] el puente entre White y el Boulevard”, pero también, porque así de enredada es la cosa, algún editorial en favor de concretar el “parque marítimo” que soñó el obrero gráfico Arrieta hace tanto; papeles unidos entre sí por litros engrudo, es decir, por una combinación precisa de agua y harina, dos materiales que, en tanto mercancías, están en el corazón álgido de esa realidad que estos mismos textos quisieran modelar. Pero ahora nos tenemos que ir. Corriendo. Porque si la factura de estas cabezotas amplifica, hasta la caricatura, la de nuestras propias cabezas, la ambición esta noche es que alguna que otra salte, la pase bomba y por fin, reviente.

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2 comentarios:

Mónica Oliver dijo...

Me parece una actividad de fuerte impacto ambiental, usando palabras industriales, sobre la comunidad de White y de Bahía Blanca. Me refiero a la de incorporar al barrio, el boulevard,a la gente, jóvenes, niños, adultos,en esa maravillosa tarea de enraizarse con el ayer, para soñar y proyectar mañanas mejores, desde el ahora. Creo que debemos defender el mar contra viento y marea. ¡¡¡Felicitacioes por la labor!!!

Nicolás Testoni dijo...

Gracias Mónica. Lo de anoche fue increíble!