lunes, 11 de mayo de 2020

PERDER EL TIEMPO

Demostrando que, además de genial diseñador, es un tipo preocupado por el destino de la humanidad entera, en esta entrada nuestro compañero Carlos Mux escribe sobre el futuro del tiempo y la promesa incumplida de un porvenir de abundancia y eternas vacaciones.


De manera repetitiva y agotadora, muchas veces les comenté que desde mi niñez me quedó el firme recuerdo de un libro que leí en una noche de insomnio. Se llama “Amos de títeres”.

La novela está ambientada en el futuro, y en algún momento, dos enamorados se casan y toman vacaciones para disfrutar de su luna de miel.

Pero en el futuro tiempo para vacaciones no hay, y para hacerlo tienen que tomar pastillas que aceleran el metabolismo de manera que todo se pueda hacer a una velocidad vertiginosa. Duermen 10 minutos y se despiertan frescos como si hubieran descansado 8 horas. Se mueven muy rápido, todo lo hacen a la velocidad de la luz. Entonces, en un fin de semana sus acciones y sus pensamientos son parecidos a los que hubieran tenido durante el transcurso de una semana en circunstancias normales.

Por supuesto que hay que tomar algunas precauciones y la experiencia tiene ciertas limitaciones. Hay que hacerlo, si es de a dos, de manera simultánea para estar al mismo nivel de velocidad y no es posible salir al exterior porque encuentran que el mundo gira a un ritmo muy distinto, en cámara lenta. No pueden manejar un auto y no pueden comprar algo en el supermercado (tengan en cuenta que una espera de 5 minutos en la cola del súper equivale para ellos a 4 horas), es decir que tienen que llevar una vida alienada hasta que pasa el efecto del medicamento.

Yo siempre imaginaba que ese era el ritmo de vida de una mariposa que vive 24 horas. A nosotros una vida de 24 horas puede parecernos una existencia efímera, pero probablemente lleve un ritmo vertiginoso similar al que viven los humanos en el transcurso de una vida de 75 años (ritmo vertiginoso llevarán ustedes, mi vida no tiene nada que ver con eso) y su experiencia podría ser equivalente. Lo mismo podría ocurrir con una tortuga que puede vivir 250 años. ¿A cuánto equivale su vida? ¿Es posible medir el transcurso de la vida en un vínculo directo con el tiempo?

Uno de mis primos me contaba que en la cárcel “el tiempo no pasa”, que es insoportable su inmutabilidad. Ahora que no está preso, o mejor dicho, ahora que está preso en su casa ¿el tiempo transcurre de manera diferente? ¿Y a qué velocidad? (el dúo Zambomba dice: “yo al igual que vos tengo vacaciones pero yo un poco más porque duermo menos”).

El paso del tiempo no es regular porque se encuadra bajo ejes culturales muy delimitados . Varias veces escuché decir que en el campo el tiempo transcurre de manera diferente, de modo más lento, y hace poco me contaron que en Sierra de la Ventana el invierno es más largo.

Pienso en el tiempo como concepto abstracto. Tal vez podríamos arriesgar a decir que la percepción del tiempo depende de los parámetros culturales y que en una enorme medida tiene que ver con las circunstancias personales. También está asociado a la productividad como sinónimo de eficacia (“perder el tiempo”).

En esta cuarentena, me pareció interesante pensar cuáles son esas circunstancias personales y en qué medida se percibe el tiempo de otro modo (si es que ocurre).

Me imaginaba que, si esto es cierto, es interesante preguntarnos a quién (primero que nada) y de qué modo, esta nueva situación genera modificaciones en la conducta dentro de una rutina horaria. ¿Se modifica la percepción del tiempo?

(¿Mencioné que en la novela la humanidad es atacada por un parásito?)

*

En febrero viajamos a Toay con mi familia y fuimos a una reunión de compañeros de la escuela secundaria. Asado, vino, tequila furioso y la frutilla del postre: una discusión entre un mexicano fabricante e instalador de elementos de cocina premiun y un ingeniero argentino. El mexicano, cansado de ir y venir de México decía que el futuro estaba en los viajes a la velocidad del sonido. El argentino defendía la teletransportación por sobre cualquier posibilidad superadora. El tiempo que me queda por vivir prometo lamentar no haberlos filmado.

Esta discusión absurda, infantil y trasnochada de dos hombres grandes, me llevó a recordar algunos pasajes de mi infancia, cuando Estados Unidos y Rusia (ya en su fase final) mandaban satélites y naves tripuladas al espacio y donde todos los chicos de mi edad fantaseaban acerca del futuro. Todos pensaban que para el año 2000 el mundo iba a ser fabuloso. Robots por todos lados y una vida de vagancia, abundancia, placer continuo -es decir, una vida dedicada a andar en bicicleta, a jugar a la mancha escondida, a las bolitas y a comer helado de chocolate, es decir: un mundo tan maravilloso que sería inútil describirlo).

Yo nunca decía nada para no parecer un aguafiestas, pero como siempre y fiel a mi doctrina negativa, me encontraba dentro del equipo de los escépticos conformado por un integrante.

De modo que independiente a mi mirada negativa acerca del futuro de la humanidad y de cualquier vida sobre el planeta, pensaba en la pandemia de hoy y esa mirada increíblemente optimista acerca de un nuevo orden mundial que priorice algo más que los mercados.

El museo dice que es un generador de herramientas para ampliar la comprensión del presente y nuestra perspectiva del futuro, y cuenta con varias herramientas, entre ellas, los tres obreros y las tres obreras en construcción que se posicionan en tres momentos temporalmente bien definidos.

Sobrevolaba sobre mi cabeza calva (además de cierto dejo a Cabernet Sauvignon del sábado por la noche) lo que hablamos acerca de "Cómo era Bahía Blanca en el futuro", me preguntaba si no podríamos pensar en un trabajador y una trabajadora que teatralice acerca del trabajador del futuro teniendo en cuenta las limitaciones y posibilidades de este potencial nuevo orden mundial que genera la pandemia en relación a la economía y el trabajo.

Por ahí no son las obreras y obreros, tal vez es otro elemento, pero por más que trataba de encontrar algo, poco encontraba de ficción en la sala del museo.

O tal vez nuestra vida recomienza como la recordamos, con todas nuestras preocupaciones mundanas.

Les mando besos voladores.

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