El sabado 5, se presentó en el museo "Bolseras. Relatos de mujeres que trabajaron en las fábricas de bolsas de Ingeniero White". Sobre el encuentro, Lucía Cantamuto apunta lo siguiente:
El sábado, la excusa fue el libro; confluyeron en ese encuentro en el museo diferentes situaciones: se presentó a las bolseras, se presentaron ellas entre ellas y para todos, nos presentamos los pasantes. Se presentó el libro que fue el resultado de la unión entre FerroWhite, la UNS y la gente de por acá (no es fácil definirlo ¿White? ¿Boulevar? ¿Villa Rosas?). La salita del museo quedó chica para tantas conversaciones que las palabras salieron a recorrer todo el museo y llegaron a La Casa del Espía. Preguntas, respuestas, anécdotas, recuerdos, presente. Un encuentro y un rencuentro.
Ya pasó una semana desde la presentación. Hubiera sido lindo preguntarle a cada uno que sintió. A ellas qué sintieron contándoles a familiares, amigos y desconocidos cómo fue su adolescencia y su juventud en la Fábrica. A quienes se encontraban en la sala qué les pasó por la cabeza cuando escucharon “Ah, pero entonces yo trabajé con vos. ¿Cómo es tu nombre?”. Si la emoción que sintió Beatriz al ver el galpón desmantelado no estuvo presente en cada uno. Si todo lo que vivieron durante las charlas que se dieron no los dejaron incómodos; con una sensación de malestar con el pasado olvidado, pero emocionados con la posibilidad que siempre existe en el presente. Una sensación que se puede haber tamizado con el dulce sabor del higo sobre el pan que compartimos la final.
El frío, la sangre en los dedos, el apuro por terminar, las charlas entre el ruido de las máquinas, los buenos sueldos, el matrimonio: no son las palabras claves de un cuaderno de apuntes y nada más. Son puntos desde donde es posible repensar el modelo agro-exportador, el taylorismo, la sociedad de mediados de siglo. Es una invitación a que se planteen los mismos desequilibrios que nosotros tuvimos a la hora de armar el libro ¿cómo entender desde hoy lo que pasó? ¿qué hacer con lo que pasó para entender el ahora?
miércoles, 16 de mayo de 2007
viernes, 4 de mayo de 2007
BOLSERAS
El próximo sábado 5 de mayo, a las 17 hs., en el SUM de Ferrowhite, presentamos “Bolseras”, un cuaderno con testimonios de mujeres que trabajaron en las fábricas de bolsas para cereal que existieron en el puerto. Este cuaderno o "libreta de relatos" es resultado de la labor que vienen cumpliendo en el museo Analía Bernardi, Lucía Cantamuto y Esteban Sabanés, alumnos de las licenciaturas en Historia y en Letras de la Universidad Nacional del Sur. Lo que sigue, a manera de adelanto, es la transcripción de un fragmento del prólogo:
En 1927, la compañía cerealera Bunge y Born estimaba sus exportaciones de trigo a través del puerto de Ingeniero White en 642.979 toneladas[1]. Tal cantidad no resulta muy impresionante si se la compara con cifras actuales. Pero lo es si se piensa que ese trigo era hombreado por un peón o un estibador en bolsas de arpillera que, en máxima tensión, soportaban a lo sumo 60 o 70 kilos. 642.979 toneladas son muchas bolsas, muchos brazos para levantarlas y muchas manos para coser esas bolsas.
Desde principios del siglo XX hasta bien entrados los años sesenta, numerosas fábricas de bolsas funcionaron en los barrios cercanos al puerto. ‘Bunge y Born’ tenía sus instalaciones en Villa Rosas y el Bulevar, ‘La Plata Cereal’, ‘Dreyfus’ y ‘Hardcastle’ cerca del Saladero, llegando a El Guanaco estaba la fábrica ‘Gorbato’. Algo distinguía a estas fábricas. En el ambiente predominantemente masculino de los trabajos portuarios, las fábricas de bolsas empleaban mujeres, mujeres que pasaban sus horas cortando y cosiendo arpillera debajo de enormes galpones de chapa.
La idea de armar este cuaderno surgió durante una muestra dedicada al trabajo en estas fábricas, realizada en el museo entre septiembre y noviembre de 2005.
Más precisamente, empezó con esta foto.
¿Quiénes son estas mujeres? ¿Cómo era su vida y su trabajo?
Este cuaderno comenzó con la intención de encontrarlas, vencer ese silencio y preguntarles.
Desde principios del siglo XX hasta bien entrados los años sesenta, numerosas fábricas de bolsas funcionaron en los barrios cercanos al puerto. ‘Bunge y Born’ tenía sus instalaciones en Villa Rosas y el Bulevar, ‘La Plata Cereal’, ‘Dreyfus’ y ‘Hardcastle’ cerca del Saladero, llegando a El Guanaco estaba la fábrica ‘Gorbato’. Algo distinguía a estas fábricas. En el ambiente predominantemente masculino de los trabajos portuarios, las fábricas de bolsas empleaban mujeres, mujeres que pasaban sus horas cortando y cosiendo arpillera debajo de enormes galpones de chapa.
La idea de armar este cuaderno surgió durante una muestra dedicada al trabajo en estas fábricas, realizada en el museo entre septiembre y noviembre de 2005.
Más precisamente, empezó con esta foto.
Miramos la fotografía. Vemos una fila de mujeres trabajando entre máquinas, hilos y bolsas, ante las pilas de trabajo hecho o por hacer. De espaldas a la cámara, capturadas todas en el mismo gesto, las mujeres parecen trabajar en silencio...
¿Quiénes son estas mujeres? ¿Cómo era su vida y su trabajo?
Este cuaderno comenzó con la intención de encontrarlas, vencer ese silencio y preguntarles.
[1] “Ingeniero White. Álbum conmemorando el primer centenario de la fundación de Bahía Blanca. 11 de abril 1828 – 1928.”, Panzini Hnos. Impresores, Bahía Blanca, 1928.
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miércoles, 2 de mayo de 2007
EL TALLER Y EL CRONOMETRO
(el título del ensayo de Benjamin Coriat sobre taylorismo, fordismo y producción en masa, para un episodio escatológico ocurrido en talleres BBNO, hace mucho tiempo)
Esta anécdota la contó Mario De Simón, que a su vez se la contaron a él, cuando entró de aprendiz allá por los años '50. Parece que una vez, cuando todavía el taller BBNO pertenecía a la compañía británica Ferrocarril del Sud (antes de 1948), un capataz inglés se propuso hacer el cómputo del tiempo exacto que llevaba la realización de cada trabajo. Por eso se instaló, cronómetro en mano, junto a un obrero que estaba trabajando. Este, después de un largo rato, interrumpe su tarea y le dice: Ahora anote, que voy a cagar. Y según le contaron a De Simón, el inglés le contesta: Bueno, como no, paramos acá. Y guardó un rato su reloj en el bolsillo, hasta que el hombre volvió.
Esta anécdota la contó Mario De Simón, que a su vez se la contaron a él, cuando entró de aprendiz allá por los años '50. Parece que una vez, cuando todavía el taller BBNO pertenecía a la compañía británica Ferrocarril del Sud (antes de 1948), un capataz inglés se propuso hacer el cómputo del tiempo exacto que llevaba la realización de cada trabajo. Por eso se instaló, cronómetro en mano, junto a un obrero que estaba trabajando. Este, después de un largo rato, interrumpe su tarea y le dice: Ahora anote, que voy a cagar. Y según le contaron a De Simón, el inglés le contesta: Bueno, como no, paramos acá. Y guardó un rato su reloj en el bolsillo, hasta que el hombre volvió.
EL TALLER EN EL TALLER
En la foto: a la izquierda, Roberto Peñacorada, jefe de Producción, a la derecha, Mario De Simón, jefe de los Talleres Bahía Blanca Noroeste entre 1981 y 1993.
Ellos vinieron hace unos días al museo y estuvimos hablando extensamente sobre diferentes aspectos del funcionamiento de los talleres ferroviarios hasta que se produjo la privatización y, en el caso de Talleres BBNO, el vaciamiento y el desguace: los multiples oficios del taller, los cabecillas y capataces, peones y aprendices, oficiales y administrativos, los comedores, la playa donde se arreglaban los vagones, los galpones, los tornos polacos, las huelgas de 1958 y 1961, los vagones "todo puertas", los vagones tolva, los vagones para el cemento, las ofertas de españoles y japoneses que querían hacer "maravillas" con ese taller......
Una cosa para observar en la foto: en primer plano, el reloj de De Simón; colgado en la pared, un reloj que estuvo en alguna oficina ferroviaria; y al fondo, cerca del techo, el famoso "pito del Noroeste". El pito sonaba cada mañana a las seis para indicar el horario de entrada de los obreros, y el que llegaba tarde tenía que dar su "explique"; las locomotoras, los vagones tenían un calendario de reparación bien preciso: un día para cada tarea, un tiempo estimado para cada arreglo, y por eso cada uno sabía cuánto tiempo tenía que emplear para hacer lo suyo. Podríamos decir que el taller mismo era como una gran máquina, como un engranaje.
Y sin embargo tanto Peñacorada como De Simón cuentan que siempre quedaban huecos para una charla, para un "perrito" (sobre todo en secciones como herrería, fundición, carpintería), para organizar un asado, y que muchas veces (especialmene en los últimos tiempos) había que ingeniárselas, entre todos, para terminar los trabajos aunque faltaran materiales o personas. Por eso muchas veces, -esto lo decía De Simón- tenían que hacer igual que en ese dibujito animado en que, en una orquesta de gatos paulatinamente diezmada por un ratón que serrucha el piso a los distintos ejecutantes, los pocos gatos que quedan corren desesperados de un puesto al otro, para que todo siga funcionando.
Ellos vinieron hace unos días al museo y estuvimos hablando extensamente sobre diferentes aspectos del funcionamiento de los talleres ferroviarios hasta que se produjo la privatización y, en el caso de Talleres BBNO, el vaciamiento y el desguace: los multiples oficios del taller, los cabecillas y capataces, peones y aprendices, oficiales y administrativos, los comedores, la playa donde se arreglaban los vagones, los galpones, los tornos polacos, las huelgas de 1958 y 1961, los vagones "todo puertas", los vagones tolva, los vagones para el cemento, las ofertas de españoles y japoneses que querían hacer "maravillas" con ese taller......
Una cosa para observar en la foto: en primer plano, el reloj de De Simón; colgado en la pared, un reloj que estuvo en alguna oficina ferroviaria; y al fondo, cerca del techo, el famoso "pito del Noroeste". El pito sonaba cada mañana a las seis para indicar el horario de entrada de los obreros, y el que llegaba tarde tenía que dar su "explique"; las locomotoras, los vagones tenían un calendario de reparación bien preciso: un día para cada tarea, un tiempo estimado para cada arreglo, y por eso cada uno sabía cuánto tiempo tenía que emplear para hacer lo suyo. Podríamos decir que el taller mismo era como una gran máquina, como un engranaje.
Y sin embargo tanto Peñacorada como De Simón cuentan que siempre quedaban huecos para una charla, para un "perrito" (sobre todo en secciones como herrería, fundición, carpintería), para organizar un asado, y que muchas veces (especialmene en los últimos tiempos) había que ingeniárselas, entre todos, para terminar los trabajos aunque faltaran materiales o personas. Por eso muchas veces, -esto lo decía De Simón- tenían que hacer igual que en ese dibujito animado en que, en una orquesta de gatos paulatinamente diezmada por un ratón que serrucha el piso a los distintos ejecutantes, los pocos gatos que quedan corren desesperados de un puesto al otro, para que todo siga funcionando.
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