Precisamente en esa esquina, donde ahora forma una especie de rulo la ruta 3, estuvo, entre 1900 y 1949, el Bahía Blanca Golf Club, en el corazón de Loma Paraguaya, a pocos metros de la usina eléctrica y junto a una estación de trenes que ya no existe. Este club fue fundado por las autoridades del Ferrocarril BBNO, pasó luego a manos del BAP y finalmente a las del Ferrocarril Sud, hasta su cierre en 1948.
En terrenos de la estación se habían instalado un pabellón de chapa y madera y canchas de tenis, y cruzando la calle 18 de julio -que era el viejo camino a Galván- estaba el campo de golf. Con muchísimo esfuerzo (y unas cuantas toneladas de tierra negra) había sido preparado con sus links y sus hoyos, a los que se accedía a través de un portón y de molinetes ubicados cada cien metros a lo largo de un cerco de tamariscos. Para los socios, ferroviarios ingleses en su mayoría, y algunos señores acomodados de la ciudad, se organizaban torneos y campeonatos; cuando llegaban naves inglesas al puerto se agasajaba a su tripulación con partidos amistosos y bailes, a veces al aire libre, de los que participaban con gran entusiasmo las familias invitadas; en sus respectivas salas, los caballeros departían bebiendo whisky marca FCS y fumando sus cigarros, y las señoras tomaban té con torta y mermelada de naranja.
Pero todo ese glamour desplegado sobre las tierras salitrosas de Loma Paraguaya, no era arte de magia. Alfredo Vizcaya, encargado del club y, a la sazón, profesor de golf, mantenía el campo de juego impecable con una máquina cortadora de césped tirada con caballos. Su esposa Imperia no solamente lustraba los pisos del pabellón hasta dejarlos relucientes, sino que además cocinaba unos veinte bizcochuelos por semana, de acuerdo a una receta que tenía que seguir al pie de la letra, preparaba la mermelada de naranja, y servía el té, con "leche cruda" (no se vaya a hervir).
Quien nos cuenta todas estas cosas es Ana Vizcaya. Hija de Alfredo e Imperia, ella nació y vivió en ese lugar hasta sus 15 años, y todavía recuerda cómo jugaban entre los tamariscos con su hermano Orfeo, cómo iban a juntar las banderillas, que se juntaban en la casa del garitero de la estación de Loma Paraguaya, unos quince o veinte, a bailar y a escuchar música.
Pero todo ese glamour desplegado sobre las tierras salitrosas de Loma Paraguaya, no era arte de magia. Alfredo Vizcaya, encargado del club y, a la sazón, profesor de golf, mantenía el campo de juego impecable con una máquina cortadora de césped tirada con caballos. Su esposa Imperia no solamente lustraba los pisos del pabellón hasta dejarlos relucientes, sino que además cocinaba unos veinte bizcochuelos por semana, de acuerdo a una receta que tenía que seguir al pie de la letra, preparaba la mermelada de naranja, y servía el té, con "leche cruda" (no se vaya a hervir).
Quien nos cuenta todas estas cosas es Ana Vizcaya. Hija de Alfredo e Imperia, ella nació y vivió en ese lugar hasta sus 15 años, y todavía recuerda cómo jugaban entre los tamariscos con su hermano Orfeo, cómo iban a juntar las banderillas, que se juntaban en la casa del garitero de la estación de Loma Paraguaya, unos quince o veinte, a bailar y a escuchar música.
"Una vez vino Monseñor Esorto, -cuenta Ana - vino gente de todas partes, el llego a caballo con un grupo de gente, con la sotana, yo era chica pero eso lo veo, llegaba él con un montón de curas, uh las inglesas como estaban, eran católicos, no sé cómo fue eso. Yo era muy chica, pero son cosas que no se te olvidan, y había todos corderos puestos en el fuego, no sé por qué habrá sido la fiesta. Porque se hicieron fiestas también para ayudar a los heridos y a los chicos que quedaron sin padres en Inglaterra con la guerra y eso, ahí también se hicieron. Que no nos dejaron ver los chiches, queríamos ver los juguetes, ¡no! Que son para los nenes. Bueno, no te cuento más nada. Fue una vida la historia del club de golf."