Ferrowhite es un museo en el que poner etiquetas y pasar el plumero, claro, no alcanza. Un sitio en el que leer, subrayar y reflexionar con seso es siempre necesario, aunque nunca suficiente. Un lugar en el que editar videos o animar en flash queda bárbaro pero no se entiende, a la hora de cerrar el obligado balance, al margen de acciones menos glamorosas como martillar, soldar, remallar, encolar, encuadernar o llenar planillas del RAFAM.
Este año volvimos a recorrer los Talleres Bahía Blanca Noroeste. No con la idea de reivindicar en sus paredes arrasadas la sombra de un pasado mejor, sino la historia de laburo que liga ese pasado a este presente en construcción. Con los chicos de 3er año de secundaria del colegio La Piedad, trabajamos sacando fotos, armando maquetas e imaginando nuevos usos para el sector, al tiempo que invitamos a todas las escuelas a rastrear en la transformación de los vagones que allí se reparaban, los cambios económicos que dieron forma al puerto y la ciudad.
Encuentro de talleres durante la Noche de los Museos
Con record de asistentes, el taller “Cómo funciona la cosa” juntó a pibes de Ingeniero White y el barrio Noroeste para empezar a decir sobre tela, plástico, madera o cartón: “acá estamos”, “esto nos pasa”. El taller lanzó su exclusiva colección de remeras con vegetación mutada, prendas que lucen flores “autóctonas” pero de diseño geométrico, listas para camuflarse entre cañerías y torres de enfriamiento o para llamar la atención de todos los que viven de espaldas a este paisaje.
Anto y Pochi limpiando un chablon de serigrafía
Un año en Ferrowhite tiene 36 meses, chiquicientas mil mañanas todas distintas. Un día toca montar con lupa las miniaturas que el ferroviario Carlos Di Cicco talló en madera balsa y al otro cargar un torno que pesa más de cuatro mil kilos. Imposible resumir lo que se suda acá, el frío que hace en invierno con techos tan altos. Acá se imprimió una bandera para la Orquesta Escuela de Ingeniero White, se remallaron 60 musculosas para el equipo de patín del Club Huracán, se ingresaron 4500 nuevos registros al sistema de inventario patrimonial del municipio. Acá fabricamos bolsas para las compras que arengan, imanes de heladera con el teléfono de próceres precarizados que se abrieron un kiosquito y cabezotas de cartapesta que anticipan el próximo carnaval. En el medio volvió el tren, nos colamos en la Feria de Frankfurt, Julia Risler y Pablo Ares nos enseñaron a dibujar mapas donde ubicar problemas y luchas colectivas, participamos del último libro de historia ferroviaria de Juan Carlos Cena y aparecimos en una revista de arte internacional que todavía no juntamos la plata para comprar.
A lo largo de todo ese tiempo, sin que sepamos exactamente cómo, cuánto de libertad, de azar y de necesidad hay en todo esto, nuestra guarida funcionó alternativamente como salón de baile, gabinete cartográfico, sala de conciertos, taller de serigrafía, balneario contaminado, set de televisión, andén turístico cultural, café bacán e incluso, museo ferroviario. Ferrowhite es ese espacio en el que la cantidad de verbos a los que normalmente se asocia la labor de un museo crece, se amplia, prolifera en combinaciones inesperadas. Un lugar -por fortuna no el único- en el que el trabajo con la historia depende de establecer relaciones entre pasado y presente, entre “pequeños” y “grandes” relatos, pero también de la capacidad de materializar esas relaciones en cosas y en acciones para las que no existe, por anticipado, ninguna receta, ningún manual. ¡Salud!
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