En un museo taller hacer un libro supone, claro, escribir, que Ángel agarre la birome para volver visibles, sobre los renglones de unos cuantos cuadernos “Maratón” y “Potosí”, palabras en mayúscula que cifran y expresan lo que recuerda, pero también implica grabar horas y horas de entrevistas, buscar fotografías, corroborar nombres de compañeros en las listas del sindicato, dibujar el eje de una turbina, salir en un programa de tele, ensayar una canción con los muchachos de ‘Salvemos al castillo’ o fabricar una balsa con tambores industriales.
Todo eso hicimos junto a Ángel durante un año entero de labor, confiados en la idea de que más allá de las características de un edificio, no hay patrimonio sin un colectivo que se reconozca como su propietario y guardián, es decir, sin una historia que establezca un sentido de conjunto y de continuidad que nos vincule como sociedad con todo aquello que de otra manera no sería más que un “montón de cosas viejas”.
Ángel habla y escribe para sus compañeros, pero también por ellos, en el sentido de “en su nombre”. Porque si bien esta es una historia de la usina contada desde la experiencia particular de un trabajador, esa experiencia no hubiera sido posible sin la de sus 150 compañeros. Y eso parece estar claro no sólo para el autor de estas páginas, sino también para muchos de sus colegas que con un “Traémelo” reservaron un ejemplar cuando este libro era todavía una expresión de deseos.
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