Nuestra compañera Analía Bernardi escribió esta crónica sobre la jornada del 31 de octubre.
Un chico leyó el boleto que, a modo de pase, le habíamos dado para que jugara al Mecano de la Marea. Lo leyó y preguntó: “¿qué quiere decir el museo como herramienta?” Precisamente eso fue lo que intentamos pensar con l*s estudiantes de Museología I y II de la carrera de Historia del Arte de la Universidad de La Plata que estuvieron de visita por la ciudad y los museos de Ingeniero White el fin de semana pasado.
“Si el museo fuese una herramienta, ¿cuál sería? Y ¿por qué?” decía el pizarrón de “aviso al personal” que les daba la bienvenida en la entrada. La propuesta fue recorrer el museo con esa premisa. Atender a lo que las herramientas que hay en el museo (y que son muchas) nos sugieren como posibles metáforas de ese otro concepto, en función de los materiales con los que están hechas, de las características de sus piezas, de las actividades que posibilitan, de la potencia que esconden y que puede volverse acto en cualquier momento… y elegir tan sólo una.
Hubo quienes eligieron a la zorra de vía y una carretilla porque son las piezas que “cargan, llevan y traen la memoria de la comunidad”. Otros, en cambio, pensaron que la comunidad necesita ser de algún modo construida, y por eso prefirieron a la tenaza, la tuerca o el crisol porque vieron en ellas la capacidad para “sujetar y hacer encastrar, contener y mezclar las partes que componen a esta comunidad”.
Lucía, por ejemplo encontró que el engranaje era una buena metáfora de su idea de museo en tanto “que pone en funcionamiento la historia” y Julieta agregó la pala de balastro a la lista porque “remueve el pasado y saca a la luz las historias de vida”. Giuliana pensó en una llave de ajuste (y desajuste- agregó) porque “cuestiona ideas muy establecidas y genera otras nuevas” y Marcela eligió el serrucho “porque el museo sirve para mover el piso de las comodidades del pensamiento y la automatización de las acciones”.
Cruzamos el parque y fuimos a compartir el almuerzo y el sol tibio de la tarde con l*s chic*s que desde la mañana estaban con todas las luces. Habían estado haciendo dibujos de observación directa del castillo y del entorno que rodea al museo, así que el cansancio y el hambre también se notaban por allá. Por suerte, ya habían llegado las pizzas y las tortas tan exquisitas como gigantes que Katty Aponte había preparado especialmente para la ocasión y que vinieron al pelo para reponer las energías dejadas en la labor.
Pero para ser fiel a lo que pasó ese día en el museo, también habría que contar que en el mientras tanto de unas y otras actividades, pasaron un montón de cosas: un asado por el cumpleaños de Zulema cocinado por Pedro Marto; una visita inesperada de un contingente de economistas ecuatorianos que con curiosidad y sorpresa preguntó “¿qué es la soja?”; un cuadro del castillo bordado en punto cruz que Manina Orzali trajo para mostrar y compartir junto con una pastafrola que estaba para chuparse los dedos; un perro que se pasó la tarde al sol…
Como los dientes de un engranaje, esos pequeños eventos se fueron sucediendo unos a otros, ocupando el espacio vacío que deja el anterior y, de ese modo, continuando el movimiento. Así funciona el museo, extraña herramienta de la cual no tenemos manual de instrucciones, pero que con el uso diario intentamos mantener alistada, es decir lista para sorprendernos con el próximo acontecimiento por venir.
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