Les presentamos el catálogo tipográfico de la imprenta de Ferrowhite, al que dimos en llamar Ferroblack ya que, puestos a jugar con palabras, descubrimos con sorpresa, en el proceso de imprimirlo, que las letras de fierro de cada uno de los cajones son negritas.
Nuestro burro -ese mueble de finos y cuantiosos cajones que carga con el peso de los tipos móviles rigurosamente distribuidos- perteneció a la imprenta Donado de Juan Antonio Leonardi y fue cedido al museo por sus hijos Norberto y Viviana. Los lingotes -las piezas metálicas de diversas medidas que se utilizan para sostener el bloque de texto dentro de ese bastidor llamado rama- fue donado, junto con la guillotina que nos permitió cortar el papel, por Marcelo Márquez Garabano y pertenecieron a la imprenta de su padre. Y la experticia para componer la imagen de este catálogo letra por letra, espacio por espacio, renglón por renglón y cajón por cajón, nos la brindó el maestro tipógrafo Walter Uranga. A todos ellos nuestro cordial agradecimiento.Lo que sigue es un breve juego de palabras -esta vez tipeadas en una computadora- en torno a la materialidad de las propias palabras. Pensamientos que fueron apareciendo durante esta singular experiencia tipográfica con el lenguaje; de hecho, que surjan pensamientos es una consecuencia de jugar con palabras. Impresiona imaginar la cantidad de modos que existen de jugar con ellas, tantos como lenguas se hablan, y ni hablar de la manera en que cada uno pone-en-palabras su propia experiencia del mundo. Pero esa es otra cuestión. La que este trabajo nos invitó a plantearnos tiene que ver con los modos de poner -literalmente- las palabras en el mundo, las peripecias de pasar de cómo suenan a cómo se ven, y de inventar herramientas que reemplacen la lengua y las cuerdas vocales para poder reproducirlas, es decir, darles cuerpo. El hecho de figurarse una imagen para cada una de ellas viene de la mano de un modo de fijarlas y así evitar que se las lleve el viento. De ahí que la historia de la imagen de los signos -la escritura- va de la mano de la Historia con mayúscula, pero de la otra mano viene también la de las herramientas para fabricar palabras.
Dicen que, entre las palabras y las cosas, se juega (se oculta) el sentido de la vida; pero lo que media entre las palabras y su imagen -los medios para materializarlas- fue y sigue siendo clave para el rumbo que aquella va tomando. Así como manos anónimas convirtieron un clavo y un aro en una llave con cerradura y este hecho colaboró en abrir las puertas del mundo a la propiedad privada, transformando para siempre nuestras vidas (y de paso digamos que de la palabra clavo surge clave y entonces un clavo con clave pasó a ser una llave); así también, manos de orfebre (esta vez con nombre y apellido, precisamente en el renacimiento, cuando surge el propio concepto de autor, es decir, el de dueño de una obra), transformaron el cincel y el martillo, que antiguamente se utilizaban para grabar caracteres en las piedras, en tipos -letras metálicas- y prensa, y desde entonces la imprenta tipográfica abrió una ventana para que las palabras comiencen a circular de manera exponencial hasta llegar a ser una cosa cotidiana más entre las cosas materiales, cambiando también por siempre nuestras vidas, ya que luego de la impresión de las Santas Escrituras comenzaron a circular una incalculable variedad de ideas e historias en forma de textos impresos, pero también las Escrituras con mayúscula como títulos de propiedad, las Leyes ¡escritas! y, por supuesto, las ideas opuestas, los malos entendidos, etc., es decir, la chance de disentir a lo grande y con ello, la posibilidad de Guerras mayúsculas y con mayúsculas.
Que esa ventana que la imprenta abrió hoy se llame Windows y lo que media entre las palabras y la imagen de las palabras sean pantallas interconectadas que posibilitan su diseminación instantánea propiciando una suerte de infodemia, también es otra cuestión. Tan sólo quisiéramos detenernos un momento -cosa difícil en los tiempos que corren- para decir unas palabras acerca de la laboriosa práctica de armar palabras con tipos móviles, esas hermosas piezas metálicas con letras y signos espejados que Johannes Gutemberg fundió en moldes muy pequeños con una aleación de metales que, tinta de por medio, lograron resistir reiteradas veces el golpe de la prensa sobre el papel sin sufrir deformación. La palabra tipografía contiene en sí esta acción de golpear -en griego tipos- letras -grafía, escritura- para dejar huella. Es que asombra pensar, con lo que cuesta componer tipográficamente, que durante casi quinientos años y hasta no hace mucho, esta fue la técnica de impresión de textos por excelencia. Da vértigo imaginarse a los tipógrafos en los talleres gráficos de cualquier diario en la década de los ’60s o incluso los ‘70s componiendo por las noches páginas y más páginas en formatos extensos, tomando uno a uno los cuerpos o las formas de compartimentos diminutos, armando cada renglón con las letras cabeza abajo, siempre con el riesgo de que se caigan y siempre con la celeridad que demandan las noticias. Y luego, una vez impresos los pliegos, figurensé: devolver cada letra y cada espacio a su compartimento específico para que, al día siguiente, salgan otra vez los mismos cuerpos a jugar con otra configuración. Porque siempre hubo y habrá algo nuevo que decir, nuevas o viejas historias para contar que se desean compartir.
O tal vez no. Filosofando sobre el lenguaje, ese andamiaje invisible que configura nuestras formas de vida, Wittgenstein llegó a decir: “de lo que no se puede hablar es mejor callar” y si bien el silencio tiene demasiado prestigio, saber alternar, combinar, componer los sonidos con los silencios, eso que hacemos cada vez que hablamos, es también todo un arte. Es sabido que un silencio oportuno muchas veces -por no decir siempre- da el peso necesario a lo que se dice, se dijo o se está por decir. Esta interdependencia entre lo que se dice y lo que se calla, este juego sutil entre llenos y vacíos que podríamos descubrir en la naturaleza, las artes y prácticamente todos los órdenes de la vida, se vuelve eminentemente palpable al componer con la tipografía móvil. Vemos y tocamos cuánto dice ¡y cuánto pesa! aquello que ‘nada dice’ en un texto. Los espacios entre palabras, los vacíos entre cada bloque de letras, se componen y se construyen con un cuantioso surtido de piezas perfectamente calibradas en los múltiplos del sistema de medida que regula toda la tipografía móvil: la pica o cícero (4.5126 mm). Los hay más delgados que un cabello y del tamaño de un ladrillo de construcción. El andamiaje del texto al descubierto. Así como el cineasta Robert Bresson decía que la aparición del cine sonoro permitió a lxs realizadorxs trabajar de forma expresiva con el silencio, jugando con la frase de Bresson, cambiando algunas palabras de lugar y agregando otras, podríamos decir que la aparición de la imprenta tipográfica permitió a lxs escritorxs reproducir en la imagen de un texto amablemente legible aquello que callan cada vez que dicen algo.
Guillermo Beluzo
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