Puede entonces que bailar en este museo, o mejor, bailar a partir del museo, busque reemplazar el prejuicio encerrado en aquella primera pregunta por el camino abierto por estas otras: ¿Podemos ver en en la actividad coordinada del taller una suerte de coreografía? O, por contraparte, ¿concebir a los bailarines como trabajadores del movimiento? (“¿Qué importa el sudor si estamos bailando, qué importa el sudor si estamos trabajando?”, voceaba hoy uno de los intérpretes, megáfono en mano). Porque, sospechamos acá, aún cuando la danza y el trabajo se excluyen, aún si suceden en momentos y lugares separados, no hay cuerpos del trabajo, por un lado, y cuerpos de la danza, por otro. Hay cuerpos atravesados por la historia. Y hay historia, posibilidad de organizar un sentido del pasado en común, porque también los cuerpos cuentan.
Es eso lo que lo que parece sugerir Angel Caputo cada vez que se pregunta: "¿Quién me quita lo bailado?". El día que entró de peón a la usina castillo, Angelito se llevó la sorpresa de que junto con el jardinero gris y la camisa verde "de fajina", el pañolero le entregó un par de zapatos "Paso doble". Zapatos "qué vos podías usar para salir a bailar", cuenta, todavía emocionado. Y no es para menos. Es que para el Oficial de Caldera, Maestro Mecánico y Hombre Rana Nicolás Angel Caputo, no hay nada como bailar. Tanto que de soltero podía ir del trabajo a la farra y de la farra al trabajo, casi sin dormir. Tanto que hoy, jubilado y todo, no para de ganar trofeos y medallas al ritmo de la rumba, el rock and roll o el cha cha cha. Por eso Angel -como tantos otros laburantes, como tal vez los protagonistas de este festival- puede decir: "¿Quién me quita lo bailado?". Porque sus pasos de baile no pueden ser apropiados por nadie. Son suyos y de quienes comparten su alegría al bailar.
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