Hoy nos toca despedir a Pedro Marto. Y estamos, cómo disimularlo, muy tristes. Pedro fue uno de los colaboradores más cercanos de este museo. Compañero de mil domingos, vivió, a su modo, una vida hermosa. O muchas: Pedro estibador en White, mozo en Bariloche, peón de circo en pueblos perdidos de la Patagonia. Pedro candidato a concejal, extra en una peli de Armando Bo, protagonista estelar de un documental en vivo. Todos esos Pedros te esperaban en la puerta de Ferrowhite. Y él, que no hablaba idiomas extranjeros, tenía el don prodigioso de entenderse con todo el mundo. Para Pedro no existía el público. Pícaro, hacía que de ese conjunto abstracto que los museos llaman "público" emergieran nombres propios, y con ellos historias, y entre esas historias la posibilidad imprevista de un vínculo. Un instantáneo sentimiento de vecindad establecido entre gente de Bahía, Berlín o Bombay con la que Pedro podía terminar compartiendo el mate, contando anécdotas o bailando un tango, como se trata a conocidos de toda una vida. Ese era nuestro amigo. Lo vamos a extrañar.
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