domingo, 2 de septiembre de 2012

TODOS SOMOS MIGRANTES



Geniale Giretti vino a la Argentina en tres oportunidades, en 1905, 1911 y 1921, pero las tres veces volvió a Italia, a su pueblo, San Vittore. Su hijo Tito, en cambio, sí se quedó en nuestro país, pero como fue empleado del ferrocarril, debió mudarse de una estación a otra antes de lograr radicarse, ya grande, en Bahía Blanca. Eusebia y Rafael, los padres de Mónica Amador, llegaron desde Bolivia a Hilario Ascasubi en 1980. Hace apenas meses que su hija, nacida allí, decidió establecerse en nuestra ciudad donde estudia y trabaja. 

No han sido pocas las ocasiones en que la palabra "inmigrante", o sus variantes menos neutras "tano", "gallego", "moishe", "turco", "paragua", "bolita"..., sirvieron para marcar a los que llegaban de "afuera" y así reforzar el supuesto lugar de privilegio de quienes se consideran de "adentro" por haber impuesto una ley, un régimen de propiedad, un cierto paradigma de identidad, o por el simple hecho de haber llegado antes. Sin embargo, nada nos asegura que vayamos a permanecer en un mismo sitio para siempre. La experiencia de los Giretti y los Amador sugiere lo contrario. 

Desde hace por lo menos dos siglos, los desplazamientos poblacionales son constitutivos del funcionamiento de las economías capitalistas. Puestas las cosas en perspectiva, quizás las migraciones, tanto las externas como las internas, resulten un fenónemo compartido por la mayoría de las sociedades modernas. Pero las corrientes migratorias representan mucho más que una fuerza de producción, a menudo barata, precarizada, esclava. Los migrantes reconfiguran los paisajes que atraviesan. A su paso, desafían tanto las nociones esencialistas de la identidad, como aquellos elogios de la "diferencia" que se enuncian al margen de los contextos territoriales específicos y de las luchas concretas por la igualdad. 

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