viernes, 27 de febrero de 2015
LA GOTA GORDA
El flyer dice "jornadas de restauración". La denominación quiere ser precisa pero la acción surte, a fin de cuentas, el efecto contrario. No se logra que los carteles vuelvan a un supuesto estado original, afán por cierto ilusorio. Ni siquiera se trata de que las cosas luzcan mejor. En realidad, cada pieza que se repara, pule y pinta termina por delatar con más fuerza el estado general de abandono en el que se encuentran la mayoría de las instalaciones ferroviarias o las "mejoras" que padecen, poco y nada atentas a la historia que esos edificios representan. "A una y otra cosa no convendría acostumbrarnos", parece sugerir -de nuevo impecable- la cenefa centenaria.
Pero esta minúscula acción invita además a un pequeño razonamiento de implicancias, tal vez, monumentales: si tres o cuatro tipos en un par de horas y con recursos modestísimos logran esto, será que en definitiva no cuesta taaanto que las cosas sean un poco más dignas. Es un argumento voluntarista, reconozcamos, pero por algo se empieza. ¿Cambia el mundo después de estas jornadas? Definitivamente, no. ¿Los ferrocarriles van a ser recuperados por bandas de muchachones con pinceletas en la mano? Tampoco. Si de algo sirve recorrer tantas estaciones es para tomar nota de que el tren -por su magnitud y complejidad- es una cuestión de Estado, lo que no equivale a afirmar que la estatización de los servicios resulte una solución mágica para todos sus problemas. Lo que parece difícil, luego de la experiencia de los últimos veintipico de años, es pensar que el Estado puede mantenerse al margen de las necesidades de millones de pasajeros. No hubo menos Estado en los noventa, cuando se ejecutó la privatización. Por acción u omisión el Estado siempre interviene, pero no lo hace en el aire -decirlo es de manual-, sino sobre las demandas que los distintos actores de una sociedad, a través de ese fenómeno de múltiples dimensiones que llamamos política, logran o no organizar y sostener, a veces en contra de la propia "razón de Estado". Estos cuatro días de sudar la gota gorda, espesa como esmalte sintético, puede que colaboren a darle lustre a la demorada expectativa de que los trenes dejen de funcionar en nuestra zona en interés exclusivo del negocio agroexportador, para pasar a ser concebidos -en un sistema integrado de transportes-, en favor de la mejora de las condiciones de vida de las personas de a pie.
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